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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Uróboros

La reacción de Rajoy a la propuesta de gobierno de Pablo Iglesias realizada el pasado viernes a Felipe VI, adjudicándose la vicepresidencia y cinco ministerios de control social de un gobierno en el que coloca generosamente a Sánchez como presidente, rompió la cintura del secretario general del PSOE. Sánchez no reaccionó a tiempo y, vergonzosamente, agradeció la oferta. Ante la indignación de la militancia socialista, la dirección emitió un comunicado el sábado corrigiéndose y calificando la propuesta de chantaje. Una plétora de descalificaciones contra Rajoy comenzó el mismo viernes encabezada por este singular Gato de Cheshire que ocupa la secretaría de organización del PSOE, que finaliza las diatribas contra sus adversarios políticos con una enigmática mueca parecida a una sonrisa. Trilero y antisistema llamó a Rajoy. Rajoy tiene la obligación constitucional de aceptar el encargo real, decía el comunicado del PSOE del sábado. Le siguió, cómo no, Armengol: "cobarde e irresponsable". Y conspicuos columnistas tacharon de insulto al rey el rechazo temporal de la investidura: "o se presenta o se va". El editorial de El País del pasado miércoles remataba: "la primera ronda fracasó tras la negativa del líder del PP a someterse a la votación de la investidura que le corresponde como fuerza más votada? Rajoy eludió su deber".

Sin embargo el artículo 99.1 de la Constitución, reza así: "Después de cada renovación del Congreso de los diputados, y en los supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los Grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno". Nada dice de la fuerza más votada. Hay que recordar que el PP no ha ganado las elecciones, ha obtenido el 28,7% de apoyo, el más alto, pero quien gobierna es el que gana. Es, por tanto legítimo que no acepte el encargo quien sólo tiene asegurados en ese momento una mayoría de votos contrarios; en que Sánchez ni siquiera quiere dialogar. El encargo se tiene que hacer a quien hipotéticamente pueda formar una mayoría. Y no tiene sentido aceptar un encargo para ser degollado en el matadero para satisfacción de quienes necesitan la consumación del sacrificio para así poder revestir de necesidad histórica la hoja de ruta previamente diseñada para justificar el pacto con el populismo de Podemos. Para permitir a Sánchez satisfacer su ambición personal de ser presidente del gobierno a cualquier precio. De ahí la reacción desaforada del PSOE. Queda, por un momento, la sensación mórbida de que, aunque Rajoy y Sánchez tienen parecida altura física, la talla política de Rajoy, con un tramo final digno, es muy superior a la de un Sánchez que ha pasado, de un deambular sobrado de chulería y arrogancia, a mostrar los movimientos faltos de armonía de un púgil grogui.

Pero la sensación es mórbida y de corta duración porque, a continuación, se desencadenan los acontecimientos judiciales que, como hachazos, uno a uno, van destruyendo los zancos de la falsa talla política a los que se había subido Rajoy: una nueva inculpación de Rato, por otra causa, secreta; la dimisión del subsecretario de presidencia, mano derecha de Soraya Sáenz de Santamaría por el escándalo de la corrupción en la empresa estatal Acuamed, que también implica a Arias Cañete; la imputación de delito al propio PP por la destrucción a martillazos de las pruebas judiciales que eran los ordenadores de Bárcenas; las veinticuatro detenciones de la operación Taula contra la corrupción en el PP valenciano en la que estaba directamente implicado el antiguo presidente del PP de Valencia, presidente de la diputación y alcalde de Xàtiva, Alfonso Rus. Esta última operación es letal, no solamente para un icono del PP como Rita Barberá, dibuja el verdadero rostro de Rajoy ya anticipado por un colega de partido hace años, Gabriel Cisneros: "Por donde pasa no ensucia, por donde pasa no limpia". Hay un vídeo terrorífico para Rajoy: el de un mitin del PP en Valencia, cuando Aguirre, Aznar y los liberales le discutían la presidencia del PP, en el que, arrobado y feliz, atiende al orador telonero Alfonso Rus que, señalándole los tendidos del coso taurino atiborrados de entusiastas seguidores del partido, le espeta: "Rajoy, estos son nuestros poderes, Rajoy, estos son tus poderes". Rus, que recogía a Rajoy en el aeropuerto con su Ferrari, su estrambótica esposa, Begoña Ricart, la Rusa, rubia teñida de peinado imposible, que se desenvuelve al mando de un Mercedes SLK, representan con su estética chabacana la golfería del nuevoriquismo hortera con el que la formación conservadora ha construido su fortaleza electoral en muchas ciudades medianas. Ni rastro de los profesionales liberales, de la gente de la cultura, de la educación, del empresariado forjado en la competencia y en el mérito personal, de la mesocracia honesta que dicen representar; sólo blaveros folclóricos sinvergüenzas y corruptos.

Uróboros, la serpiente o el dragón que se muerde la cola, es el símbolo del ciclo eterno, la lucha eterna, el esfuerzo inútil. También podría sustituir a la gaviota como símbolo del PP. En efecto, si imaginamos la progresión en el proceso de engullirse a sí misma, llega un momento en que la serpiente desaparece y queda la nada. La corrupción, no solamente económica, moral, sino también la intelectual, ha infectado al país, al sistema político; pero especialmente al PP, sin parangón posible en el PSOE, en CiU, sindicatos, etc. Y puede que la corrupción del PP acabe devorando, como el Uróboros, al propio PP. Sáenz de Santamaría y el PP claman que corruptas son las personas, no los partidos. Y hablan de la corrupción como si hablaran de una fatalidad que se hubiera desplomado sobre sus cabezas. No es verdad. Es cierto que donde haya poder habrá siempre corrupción (hay una evidencia incontrovertible aunque sumamente incómoda, para todos, pero especialmente para los que participamos en el impulso a la descentralización política, que nos sume en la melancolía: la de que, con las autonomías, la cercanía del poder político a los ciudadanos, se ha multiplicado la corrupción), pero un sistema en el que el político se debe a las cúpulas partidarias y no directamente a los ciudadanos, genera unas redes clientelares que, junto a la dependencia gubernamental de la fiscalía y la no separación de poderes (que hace que Matas sea inculpado por el caso Nóos mientras que Camps y Barberá se libren), potencia extraordinariamente la corrupción; la convierte en sistémica. Rajoy no solamente no movió un dedo para reformarlo (sólo normas sancionadoras), miró hacia otro lado. Dirigiéndose a Bárcenas, "Sé fuerte, Luis", "Estamos haciendo lo que podemos", se estaba devorando a sí mismo en un ejercicio de autofagia. Con esta traca final nos encamina hacia nuevas elecciones. Lo que de verdad desea Podemos.

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