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Cualquiera tiempo pasado?

Felipe González ha vuelto a serenar el panorama político con unas declaraciones de gran enjundia que facilitan la reflexión sobre el presente, abren los ojos a muchas personas sobre cuestiones que permanecían veladas, llama a las cosas por su nombre y derrocha clarividencia política que facilita análisis creativos. De hecho, Felipe González es uno de los últimos supervivientes de una clase política, la de la transición, en que había algunos dinosaurios intelectuales con sentido del Estado, capaces de anteponer el interés general, de entrever el futuro y de ponerse al frente de las ilusiones colectivas con su ímpetu rompedor y persuasivo. Las preguntas que se suscitan son obvias: ¿Por qué hoy no aparecen personalidades políticas de la talla de Felipe González? ¿A qué se debe la gran distancia entre tantos liderazgos débiles y aquellas figuras potentes que fraguaron el modelo que nos ha traído hasta aquí? No parece que la decadencia sea solo un espejismo, que todo se reduzca a la nostalgia de las coplas manriqueñas: el contraste es real.

Probablemente, el enigma no tenga una única respuesta. Pero algo ha debido pesar la insistente afición a desacreditar la política. Si a la política ya no están yendo desde hace décadas "los mejores" porque es una actividad devaluada, ¿cómo podemos pretender que quienes aspiran al poder sean grandes líderes intelectualmente bien dotados, cargados de virtudes y capaces de arrastrar a las muchedumbres?

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