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Antonio Papell

González quiere un gobierno reformista

Felipe González ha conseguido influir decisivamente en la formación del futuro gobierno mediante una larga entrevista reflexiva en la que no propone una fórmula determinada y en la que aclara, de paso, la complejidad de la coyuntura.

De entrada, el veterano expresidente, que dejó el gobierno hace veinte años y la secretaría general del PSOE diecinueve, pone énfasis en lo fundamental: lo relevante no es conseguir una mayoría capaz de investir a un presidente del gobierno sino alumbrar un programa reformista y regenerador que saque a este país de su actual atolladero.

En primera instancia, González opina que PP y PSOE han hecho una lectura equivocada de los resultados, lo que sugiere que piensa que ambas formaciones debían haber revisado el liderazgo. Y propone que intente formar gobierno primero la "minoría con más votos", que es el PP, al que critica con extrema dureza por el comportamiento de Rajoy el viernes, declinando la oferta de formar gobierno pero manteniendo su candidatura. "Nadie tiene derecho a decirle al jefe del Estado que ni acepta ni se retira, como hizo Rajoy".

Más tarde, a instancias del periodista, González entra en el análisis de las diferentes opciones. Asegura que es posible un gobierno progresista liderado por el PSOE, aunque "con enormes dificultades" ya que "analizando la representación parlamentaria no creo que exista una mayoría progresista y reformista, que sería la opción que preferiría". Y no existe porque Podemos no es a su juicio progresista ni reformista, y sus dirigentes "quieren liquidar, no reformar, el marco democrático de convivencia, y de paso a los socialistas, desde posiciones parecidas a las que han practicado en Venezuela sus aliados". La crítica a Podemos, a su arrogancia y a su pretensión de humillar al PSOE es frontal y rotunda.

En cambio, González rechaza de plano la gran coalición PP-PSOE-C's porque es "una propuesta que nace de un fracaso y que no se plantea la gobernanza de España en el medio plazo"; es decir, no nace sobre un proyecto reformista sino como una estrategia de continuidad. Y porque, además, "dejar el espacio de la oposición a Podemos es una gran estupidez, más aún que un error, generada por la falta de visión de España en el medio plazo".

En última instancia, el entrevistador solicita su opinión sobre un Gobierno del PSOE con Ciudadanos, y González acoge la fórmula favorablemente: "Intentar llegar a un acuerdo con Ciudadanos dentro de la aritmética parlamentaria significa tener una base para las reformas que necesitamos. Si se habla de Gobierno de reformas y de progreso, hay que tener fundamentos programáticos y número de diputados para apoyarlos. En este ejercicio el PP tiene que dejar claro si sus posiciones programáticas, aún en la sombra, lo son por convicción o por oportunismo de gobierno. Porque no habrá reformas de calado si el PP practica la 'vetocracia'".

En definitiva, González piensa que PSOE y Ciudadanos, que por sí solos no alcanzan a formar una mayoría de progreso, podrían acordar un programa reformista que incluyera las grandes decisiones pendientes -empezando por la reforma constitucional- que debería contar con un renovado PP, porque sus votos son necesarios para que la propuesta salga adelante y porque este partido es indispensable en un proceso transformador. La diferencia entre esta propuesta y la 'gran coalición' es que aquella nace de la voluntad de hacer y ésta del deseo de sobrevivir y mantener el statu quo. Y González intuye -y así se desprende de su entrevista- que si no se aprovecha la actual oportunidad para llevar a cabo las grandes reformas, que puedan servir también para resolver el conflicto catalán, el populismo de Podemos adquiriría un ascendiente preponderante y destructivo que pudiera encaminarnos hacia inaceptables aventuras de corte venezolano.

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