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Jose Jaume

Fraude constitucional

El comunicado de la Casa Real informando de que Mariano Rajoy había rechazado someterse a la investidura neutralizó la maniobra del presidente del Gobierno en funciones, impidió que saliera adelante la impresentable intentona de posponer sine die el pleno del Congreso permitiéndole situarse en un tiempo muerto indefinido. El fraude constitucional que trató de perpetrar fue frustrado por Felipe VI, quien para sus adentros debió colegir que a él no se le borboneaba, que en todo caso es su familia, especialmente su bisa-buelo, la que posee un acreditado historial de borbonear a los presidentes de Gobierno. El mallorquín Antonio Maura padeció reiteradamente el arte del borboneo en sus carnes. Además, a Rajoy la zafia operación le ha salido rematadamente mal, porque en el tiempo muerto le ha sobrevenido la constante que ha marcado su cuatrienio en Moncloa: la corrupción. "¿Y ahora que?", se preguntó ufano, después de obligar al Rey a hacer contorsionismos políticos, para responderse: "Sigo siendo candidato", lo que arrancó generales aplausos en la lanar concurrencia de dirigentes del PP, a los que desborda la ansiedad ante la perspectiva de ser pasaportados a la oposición.

Bien, Rajoy Brey sigue siendo candidato, un aspirante que sabe cegados los senderos de la investidura: no dispone ni dispondrá de los votos necesarios para obtenerla. Será presidente de un solo mandato. Una humillación de la que ha tratado de zafarse a cualquier precio, hasta el punto de entregar el PP al PSOE en las comunidades autónomas si a cambio éste le facilita la continuidad. No será el caso: Pedro Sánchez ha invalidado semejante cambalache. Hoy no sabemos si el socialista conseguirá la presidencia del Gobierno; sí tenemos la razonable certeza de que ha impedido que su partido se comprometa en una coalición o un respaldo al PP, lo que acarrearía su segura defunción. Al contrario de quienes, desde la derecha, por supuesto, lanza admoniciones al PSOE para que no pacte con Podemos advirtiéndole que hacerlo es suicidarse. Es el acuerdo con el PP lo que jibarizaría sin remedio a los socialistas. La entente con Podemos y los nacionalistas es peliaguda, dificilísima de gestionar, pero no mortal de necesidad. Lo que sí lo es el pacto con la derecha conservadora, el pacto del "sentido común" y la "estabilidad" pregonado por Rajoy a los cuatro vientos con nula credibilidad más allá de sus fronteras ideológicas y la de los intereses del denominado Ibex 35.

El fraude constitucional urdido por Rajoy ha fracasado. Lo que hemos de preguntarnos, y no retóricamente, tramposamente, como ha enunciado el registrador de la propiedad en excedencia y presidente del Gobierno en funciones, es qué camino hay que tomar. El martes, cuando el Rey concluya la segunda tanda de consultas, o bien propone a Rajoy y éste acepta someterse a la investidura sabiendo que perderá estrepitosamente o bien renuncia dejando que sea Sánchez quien lo intente. No cabe otro fraude constitucional. Previamente, el sábado, se habrá reunido el comité federal del PSOE para acordar no se sabe qué, porque lo que algunos dirigentes socialistas deseaban hacer no va a poder ser: liquidar al secretario general. Pedro Sánchez, bisoño, poco curtido, con un recorrido francamente mejorable, que viene de padecer un descalabro electoral nunca visto en el partido socialista, ha sabido desde el 20 de diciembre desenvolverse con una inteligencia que no se le suponía: está rentabilizando, pese al constante fuego amigo, la posición central que las elecciones le han concedido; uno tras otro salta los obstáculos que le dificultan el acceso a la presidencia del Gobierno. El último, las declaraciones de Felipe González al diario "El País", en las que el expresidente acaba por decir una cosa y la contraria. Tampoco tiene desperdicio el titular de portada con el que nos obsequia quien en tiempos pretéritos constituyó lectura obligada para el progresismo hispano y medio de referencia de la entera clase política: "PP y PSOE no deben estorbarse mutuamente para formar gobierno". Se requiere de un experto criptógrafo para desentrañar lo que González desea manifestar.A quien sí envía a la jubilación es a Mariano Rajoy. Al hombre de Pontevedra se le quiebran sus postreros respaldos. Hasta los que presumen de salvaguardar ante todo y por encima de todo la institucionalidad.

Lo ocurrido esos días en Valencia, más lo de Arias Cañete y la imputación del PP por martillear a conciencia el ordenador de Bárcenas, ha propiciado una de las apariciones más hilarantes de Mariano Rajoy. En una entrevista en Tele 5 ha dicho que no le consta que su partido esté imputado (es verdad, no lo está, sino que el juez lo ha declarado investigado, que es el subterfugio aprobado por el PP, gracias a Ruiz Gallardón, para aventar la estigmatización subyacente al término imputado) contra toda evidencia; ha amparado a la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, la del "caloret faller", concluyendo que el PP es implacable con la corrupción y que, en cualquier caso, ésta no ha de perturbar o dificultar las conversaciones para llegar a un buen entendimiento, primero con Ciudadanos, que es quien muestra mayor disponibilidad, y posteriormente con los socialistas. ¿Ingenuidad o cinismo? Evidentemente lo segundo. Rajoy no es un ingenuo: sabe que los concatenados casos de corrupción han arruinado su carrera política y dejado malparado al PP desde el "Luis, sé fuerte" y el "hacemos lo que podemos". Debió dimitir cuando se conocieron. No lo hizo porque estaba amparado por la sólida mayoría absoluta, 186 diputados, de la que disponía en el Congreso. Pero no advirtió que unas elecciones podían modificar drásticamente la situación, que es lo que ha sucedido: el PP ha pasado de los citados 186 diputados a 123. En cualquier democracia europea si el gobernante que se presenta a las elecciones pierde de una tacada un tercio de los escaños inmediatamente presenta la dimisión del cargo y abandona la dirección del partido. En cualquier democracia de Europa occidental, precisemos, occidental, unos sms como los remitidos por Rajoy a Bárcenas son razón sobrada para desparecer de escena. Rajoy ni lo hizo entonces y se resiste a abandonar ahora. Es más: anuncia que si hay elecciones será el candidato del PP. Este partido está muerto si no es capaz de parar en seco a quien anhela eternizarse como presidente del Gobierno en funciones.

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