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Norberto Alcover

La Solidaridad de Arrupe

Cuando conocí la noticia, el 5 de febrero de 1991, quedé paralizado. Había muerto quien fuera mi maestro definitivo como jesuita y como sacerdote, pero también como simple persona humana. sin embargo, el maestro llevaba largos años recluido en la enfermería de los jesuitas en su curia romana, desde que en 1981, diez años antes, fuera víctima de una trombosis cerebral a su retorno de un largo viaje a filipinas y Formosa. Después, su destitución como Superior general de la Compañía de Jesús por Juan Pablo II, y el nombramiento de un Vicario General, rompiéndose así la línea jurídica normal en la orden ignaciana. La esperada Congregación General, para elegir al sucesor del fallecido, se postergaba para comprobar que los jesuitas eran buena gente, no escandalizaban y se mostraban obedientes con el Sucesor de Pedro.

Los días de vino y rosas de Pedro Arrupe con Pablo VI, su amigo desde fuertes discrepancias, dejaban paso a una auténtica fractura entre el jesuita vasco y el nuevo papa, Juan Pablo II. Juan Pablo I pasó como una exhalación, pero en su escritorio, habían encontrado una dura amonestación a la Compañía en la persona de Arrupe, amonestación que el papa no tuvo tiempo de hacer pública y que, según parece, Juan Pablo II tomó como punto de partida para lanzar su invectiva posterior.

Pero a lo que íbamos, el 5 de febrero de 1991, la semana que viene se cumplirán los 25 años de aquella tremenda noticia, fallecía Pedro Arrupe, mi maestro ignaciano, sacerdotal y humano, que no es poco decir en la vida de quien ha tenido, a Dios gracias, tantísimos y excelentes maestros. Aquel día, supe que el tiempo de mi formación había pasado y comenzaba otro tiempo mucho más apasionante, el tiempo de la ejecución. La experiencia en El Salvador me demostró que era verdad. La lección arrupista me esperaba en el país donde habían asesinado a Ellacuría y otros jesuitas. Al meditar ante sus tumbas, comprendí la frase antológica: "Nadie lucha de verdad por la justicia sin pagar un alto precio".

Era verdad. El maestro tenía razón. Y quedé paralizado en Valencia, donde estaba entonces. Pedro Arrupe había muerto. En el apagamiento humilde y obediente de su enfermería romana. Y Juan Pablo II actuaba con rapidez. Los jesuitas debían olvidarse de Arrupe. Debían arrepentirse de "agiornamento". Y con esta medida, el Vaticano II se oscurecía todavía más€

Pero poco antes de morir. Arrupe había tomado una medida fundamental para comprender su dimensión eclesial e histórica: la fundación del "Servicio Jesuita para Refugiados", el célebre SRJ. Esta decisión fue consecuencia de sus repetidos viajes orientales y la comprobación permanente de que infinitos hombres y mujeres, sobre todo ancianos y niños, iban de acá para allá sin puerto posible donde recalar, esa realidad, que ahora mismo, comprobamos nosotros y que Arrupe fue capaz de intuir nada menos que a comienzos de 1981. De tal manera que he podido titular este artículo así: "La Solidaridad de Arrupe". Tenía un corazón tan sensible que, sin poder evitarlo, lo que más le preocupaban eran las personas en cuanto tales, el dolor de las gentes, la soledad de los marginados. Había comenzado a interrogarse por todo ello en Hiroshima, cuando contempló el holocausto nuclear y se lanzó, con sus novicios, a atender a los agrietados japoneses. Nunca lo olvidaría. Y la Compañía que él mismo re-fundó, tendría para siempre este feliz toque de "la justicia que brota de la fe". La percepción y práctica de una fe que, ahora mismo, el papa Francisco, un arrupista empedernido, abre a la misericordia, al hermano necesitado, sin que importe la propia vida.

En Palma mismo, "Solidarios Montesión" proyecta tantísima misericordia sobre nuestros inmigrantes, marginales, pobres, familias enteras que beben del manantial arrupista nacido en las cumbres del Colegio y tantas otras obras de inspiración ignaciana. La justicia que brota de la fe es la inteligencia que sirve a la justicia, a ese ser humano que es imagen y semejanza del Dios Creador y Salvador. La fe de Arrupe rompía convencionalismos y ataduras previas y se abría, nos abría, a un futuro como el que ahora conocemos sin poder ya negarlo. De tal manera que la justicia se llama servicio, y el servicio se llama misericordia. Más claro, agua.

Por todas estas razones, el conjunto de obras de inspiración ignaciana de Mallorca (PAL) celebrarán estos 25 años de manera lo más compartible posible, realizando unas "Jornadas de memoria y de herencia". El próximo viernes y a las 20 horas, en la Iglesia de Ntra. Sra. de Montesión, se celebrará una Eucaristía de Acción de gracias por la vida y obra de Pedro Arrupe, pero también acentuando el documento sobre la Solidaridad lanzado por la Compañía de Jesús española en estas mismas fechas. Para más adelante, se presentará el citado documento, y también se honrará la persona de Pedro Arrupe con una conferencia oportuna, a cargo de dos especialistas: Raúl González, profesor de Economía en ICADE / Comillas, y Pedro Miguel Lamet, autor de la primera biografía del vasco universal. Cerraremos estas actuaciones con el Congreso de antiguos alumnos jesuitas de España, entre el 14 y 17 de abril. Como media estrictamente espiritual, el sábado 20 del inmediato febrero y en la Casa de Espiritualidad de Son Bono, tendrá lugar un Retiro Cristiano desde la perspectiva arrupista, que orientará quien estas líneas escribe. Por supuesto que iremos informando oportunamente.

Tanta memoria se hace inmarchitable herencia, y la herencia se debiera transformar en compromiso, para conseguir implantar "una justicia que brota de la fe", dándole sentido trascendente a tantísimas actuaciones cristianas en el campo de la misericordia, según solicita el papa Francisco con intensidad ardiente. Queremos cerrar estas letras sobre "La Solidaridad de Arrupe", con unas breves palabras que nos trasladan hasta el misterio de una vida absolutamente comprometida: "A Pedro Arrupe, que ha ayudado a la Compañía a ser un poco más de Jesús2, palabras escritas por el ya anciano John Sobrino en uno de sus libros.

El dolor, al cabo, demuestra su oculto sentido. Si lo tiene.

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