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Matías Vallés

Al Azar

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¿Alguien para La Moncloa?

La situación española debe ser peor de lo anunciado, porque nadie quiere gobernar dicho país. Rajoy se proclama simultáneamente campeón y derrotado...

La situación española debe ser peor de lo anunciado, porque nadie quiere gobernar dicho país. Rajoy se proclama simultáneamente campeón y derrotado en las elecciones. Su inesperado insulto al Rey causa más inestabilidad que las bravatas de Podemos. El "Anyone for tennis?" de las novelas de campiña británicas se traduce en "¿Alguien para La Moncloa?" Por fortuna, la Constitución previsora permite que cualquier ciudadano pueda ser enaltecido a la presidencia del Gobierno por los 350 diputados. Debería estar ya convocado un concurso público, para que lo votantes de a pie aderecen sus candidaturas. La mayoría de ellos no son tan cobardes como los líderes de PP y PSOE. Además, ningún criterio permite asegurar que el primer ministro así elegido tenga una talla inferior a los candidatos más probables.

Después de paralizar a un PP petrificado, a un Gobierno malgastado y al país entero, Rajoy también bloquea su sucesión. La tentación cesarista de sus predecesores jugaba con el delirio de eternizarse a través de sucesivas nominaciones regias. El actual presidente agarra la Corona de manos del monarca y se la planta en la cabeza napoleónica. La indignación de Felipe VI llegó al extremo de que desveló la propuesta de candidatura al presidente popular, así como su renuncia explícita, cuando no había transparentado ningún detalle de las conversaciones con los restantes portavoces. La Zarzuela sabía de antemano que Rajoy contaba con el silencio regio para volver a mentir, desligando la nueva ronda de deliberaciones de un abandono que lo desacredita y que hubiera negado. El comunicado del Rey le obligó a rectificar sobre la marcha.

Rajoy admite que no dispone de números para ser presidente. Al revés, confiesa una mayoría de votos en contra. Por tanto, interrumpe el proceso sucesorio y se proclama monarca a perpetuidad. Nadie votó que continuara por su propia voluntad. El electorado le ordenó que pactara, pero no sabe. El fin del bipartidismo no significa la desaparición de los partidos que lo interpretan, sino la pérdida de su autonomía. Ya no deciden a solas. El enigma a plantear no es si sigue Rajoy, sino qué quedará de España después de Rajoy.

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