Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

Joan Nadal, la tarea de pensar

El pasado viernes, tras la comida, Joan permanecía sentado como quien se deja caer de puro cansancio insuperable. Un tanto demacrado, los ojos perdidos en el horizonte. Todos sabíamos que algo le sucedía, pero su reserva peculiar hacía difícil preguntarle por su estado de salud. Me acerqué para interesarme por su aspecto, pero me respondió que, aunque no se encontraba del todo bien, las analíticas no provocaban alarma. Había que esperar, insistió. No quedé convencido, por supuesto, y sin embargo di por sentado que un tipo como él tenía razones suficientes para no ampliar la conversación. Por la noche, descubrí que había muerto en la clínica tras un desplome total de su organismo. Un fallo cardíaco había terminado con su vida y con su obra. Todavía no me hago cargo de lo sucedido, y me conmueve su ausencia como compañero y destacada personalidad en su ramo, en general nada apetecible para la mayoría de los mortales: el universo bizantino, la ortodoxia ecuménica, y en fin, en sus últimos años, la Mallorca del siglo IV en adelante, siempre en relación con sus preocupaciones fundamentales. Sigo sin hacerme cargo. Joan no está entre nosotros, en su comunidad de jesuitas de Palma.

Estas líneas no pretenden profundizar ni en su naturaleza personal como tampoco en su llamativa profesionalidad, que otros ya han hecho públicas desde su muerte: los medios de comunicación mallorquines se han portado de forma excelente al respecto. Por mi parte, solamente pretendo reflexionar sobre su "talante de pensador", su dedicación a la vida un tanto recoleta de historiador, su capacidad para demostrar que en la Iglesia, y por supuesto en la Compañía de Jesús, debe producirse la conjunción entre los pastoralistas más pegados al pueblo y estas personas como Joan que ofrecen razones intelectuales para que nuestra tradición cristiana y católica permanezca en el candelero de las culturas emergentes. Acción externa y pasión interna se tienen que dar la mano para que el Evangelio, en todas sus formas, no se pierda por dos posibles exageraciones: un desvalimiento entre las interrogaciones populares o una obsesión academicista desde el encierro de la investigación sin alma. Tengo la convicción de que nuestro Joan sabía estar en su sitio de "pensar para la causa", sin perder esa referencia evangélica que todos los creyentes y sacerdotes necesitamos. Quien no acepte esta dualidad de tareas eclesiales y jesuitas, en su caso, es que no ha comprendido ni el completo sentido de su vida ni la función de todas las potencialidades del ser humano a la hora de hacer presente el reino de Dios en "la ciudad secular". Por ejemplo, el papa Francisco conjuga ambas dimensiones: es puro pueblo pero a la vez piensa como persona inteligente en búsqueda de las palabras útiles para la urgente evangelización. Su sencillez está preñada de sabiduría y de reflexión.

Hace poco escribía sobre la utilidad de lo aparentemente inútil, tal vez presionado por estar envuelto en tanta presión ambiental de naturaleza superficial y repetitiva de lo de siempre. No por agudeza histórica antes bien porque los recursos intelectuales desaparecen y nos hacen chatos a la hora de nuevos descubrimientos pastorales. Incluso, muchos y muchas inclinados sobre el pueblo, pontifican y cargan contra personas como Joan, sin, reconocer que la Iglesia en Europa pierde fuelle por razones de monotonía pastoral pero también porque nuestras palabras son tan chatas que apenas interesan a ciudadanos interpelados desde unos gritos mediáticos que los paralizan. Otro Joan, también miembro de mi comunidad jesuita, situado en el otro extremo, percibo que no cae en este error porque es consciente de que toda praxis se nutre del estudio, del pensamiento, de la oscuridad de personas como Nadal. Un excelente síntoma de sentido común y de madurez. Pero no siempre es así.

Por todo ello, gracias, mi querido Joan Nadal, por tus largas horas de silencio intelectual e investigador. Por tu indeclinable afición al pensamiento. Por haber descubierto que la palabra determina la encarnación. Y no olvidamos que, hace pocos meses, escribiste un opúsculo sobre la historia de Montesión precisamente para uso de los alumnos del colegio y sus padres. Sencillo, asequible, pastoralista a tope, como signo de lo que llevabas dentro: tu amor a Mallorca, a las huellas ignacianas y en fin, a un quehacer reflexivo capaz de convertirse en "signo pastoral". De nuevo, gracias.

Pero sigo notando tu ausencia. Cómo no. Descansa en paz.

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