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Camilo José Cela Conde

Independencia a la larga

Todo cambia de pronto en el desafío independentista catalán. El vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, ha dicho que lo crucial del proceso soberanista es obtener la independencia y no el plazo de 18 meses que se daba como obligatorio para realizar la conexión unilateral respecto del resto de España. Es probable que una declaración así sea el resultado de un cálculo minucioso sobre cómo reconducir los objetivos del soberanismo, utópicos por más que se negase que lo eran para poder lograr la investidura evitando nuevas elecciones. Se trata ahora de plantear otros más reales y es significativo a tal respecto que sea Junqueras y no el nuevo presidente Puigdemont quien airee el cambio radical de estrategia. De haberlo hecho este último su credibilidad sostenida con alfileres tras la maniobra de investidura del último momento habría caído al suelo. Pero ¿quién puede dudar de la voluntad de independencia de Esquerra Republicana de Catalunya?

La clave del olvido de un plazo preciso dieciocho meses o dieciocho años, el que sea para sustituirlo por otro sin fecha definida es que cabe entrar en un mecanismo más que conocido, el de las calendas grecas que tantas veces han prestado un apoyo psicológico a las causas perdidas de antemano. El brindis histórico de los republicanos en el exilio tras la Guerra Civil "el año que viene, en Madrid" permitió mantener viva la esperanza en la vuelta a la patria hasta que Franco, muriéndose, facilitó las cosas. Poner un plazo concreto obliga a hacer algo. Fijarse un objetivo escatológico permite dejar que las cosas sigan sus vías naturales.

¿Llegará la independencia de Cataluña alguna vez por esa vía de recurso al Juicio Final? Depende de lo que se entienda por independencia. Que el reino de España, incluso transformado en república, no durará para siempre es algo más que seguro. Si el proyecto de la Unión Europea real otro deseo sin fecha que se convierte en propio del final de los tiempos llegase por fin a una identidad política, España estaría de más. Pero también Cataluña. Así que de golpe y gracias a un comentario como de pasada se vuelve a una situación en la que es posible que los partidos independentistas hagan política dentro de España planteándose, por ejemplo, objetivos como el de contribuir a un Gobierno que cambie la Constitución en un sentido más cercano a las tesis soberanistas aunque siga manteniendo la unidad de España. Estaríamos en el paso desde el Estado de las autonomías, con su exigencia eterna de más competencias, al Estado federal con un barniz de soberanismo más moral que político pero del todo acorde con la idea que ahora surge.

Queda la duda acerca de cómo reaccionará una formación asamblearia al estilo de la CUP ante un golpe de timón de semejante calado. Dejar de lado el plazo de los 18 meses es atentar contra el núcleo duro de los objetivos soberanistas. Quién sabe si no habrá ya quienes estén pensando desde la CUP sobre la razón que tenía Lampedusa en su famoso comentario de El gatopardo.

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