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La televisión tradicional pierde el mando

La pequeña pantalla se ha hecho mayor y los nuevos tiempos han hecho caducas las fórmulas de siempre: la televisión tal como la entendemos ahora está más cerca que nunca de vivir un ajuste drástico en su relación con la audiencia. Lejos queda su papel como tótem doméstico colocado en un lugar privilegiado de las casas, un reinado ya erosionado por la progresiva tendencia de que en muchos hogares haya varios televisores. Pero ahora el tsunami de internet pone antenas arriba la forma de contemplar la pantalla. El canal de vídeos YouTube, propiedad del gigante Google, lo tiene muy claro y así lo anunció recientemente uno de sus pesos pesados: cuando agonice esta década, las programaciones de las cadenas no tendrán nada que ver con las actuales porque los espectadores, los que tienen el mando, ya no estarán por la labor de esperar sumisamente a que sean los directivos de los canales los que decidan el qué, el cómo y el cuándo.

Son previsiones interesadas pero la realidad las respalda: el consumo de vídeos por internet (legales o piratas) crece de forma imparable y él rotundo éxito de plataformas como Netflix (que no sólo emite sino que produce con medios más que generosos: recuerden House of cards) deja bien claro que los consumidores, los amos de las tendencias, quieren elegir según sus gustos, necesidades horarias y preferencias familiares o individuales: la televisión a la carta llama a la puerta y puede consumirse en un televisor, un ordenador, una tableta o un teléfono móvil, en 3D, Full HD, 4 K o lo que se tercie.

Estas profecías que dan por muerto un sistema para sustituirlo por otro hay que tomárselas con cierta precaución, porque la tele no acabó con la radio ni el vídeo se cargó el cine, pero sus irrupciones cambiaron muchas piezas del tablero. No hay más que poner atención a las conversaciones de nuestro entorno para percibir ese cambio de tendencia, y que afectaría no sólo a las emisiones de películas o series (¿quién querrá ver la última de James Bond con cortes constantes de publicidad cuando hay otras vías para hacerlo sin esas molestias?) sino también a las distribución de las franjas horarias, sobre todo aquellas que se adentran en la noche y se cierran de madrugada. La gran duda, que los expertos no tienen claro, es qué pasará con los programas en directo (salvo las retransmisiones deportivas, los eventos como los Oscar o los Goya o los informativos, que en principio tienen la inmediatez exclusiva como condición protectora). Podrían ser los principales perjudicados porque el usuario tendría la ocasión de verlos en el momento de su emisión o dejarlo para luego, y, en ese caso, ¿cómo medir entonces las audiencias si unos ven la gala de Gran Hermano y similares a las once y otros prefieren dejarla para el mediodía siguiente? ¿Será la interactividad que hay en ellos suficiente blindaje? ¿Conservarán la audiencia suficiente para ser rentables? Y, lo más importante, ¿las grandes cadenas se abonarán a formatos baratos con programas que parecen más una tertulia radiofónica que un producto televisivo puro y duro?

No es de extrañar que algunas cadenas españolas ya empiecen a probar nuevos caminos, como Atresmedia, que intenta con su plataforma Flooxer ganarse para la causa a las audiencias más jóvenes con sus vídeos dirigidos a los llamados youtubers (o sea, usuarios con canal propio), por no hablar de los "clubs" de usuarios abiertos, entre otros, por Antena 3, la Sexta, Neox, Mediaset o RTVE.

No estamos hablando de cambios radicales en los gustos de la gente sino de una modificación progresiva y aún imprevisible de sus hábitos de consumo. Se ve más tele que nunca pero no necesariamente "en" la tele. Tim Cook, presidente de Apple, tiene claro que la televisión del futuro vivirá de las aplicaciones. Su empresa apuesta sin fisuras por ello, pero no es la única, y otros gigantes como LG o Samsung tienen sus propias plataformas.

Los programadores verán cómo su poder sufre una merma inevitable. El vídeo bajo demanda o el streaming impone su ley, las segundas o terceras o cuartas pantallas aumentan la influencia de las audiencias sobre las decisiones y las redes sociales pueden salvar o hundir una serie, alterar sus guiones si es necesario o marcar tendencia en los anunciantes. Todas estas revoluciones, además, vienen acompañadas por un salto de calidad revolucionario: hoy las mejores historias y los mejores guiones no se encuentran muchas veces en la pantalla grande sino en la pequeña. Juego de tronos, Breaking Bad, Fargo, True detective? Hay consumidores que se conforman con "Salvados" y similares, pero la cantidad de usuarios exigentes que piden calidad crece de forma imparable. Ese inmenso magma de cambios y tendencias constantes (lo que hoy funciona mañana puede dejar de hacerlo) trae aparejada la llegada de nuevos operadores televisivos (los gigantes de internet quieren serlo también aquí) que no pueden dormirse en los laureles y deben buscar constantemente nuevos formatos, nuevos mercados, nuevas modas. Permanezcan atentos a sus pantallas.

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