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Columnata abierta

Si Churchill viviera

Hay historiadores que justifican la política de apaciguamiento que siguió el primer ministro británico, Neville Chamberlain, respecto a los desmanes de Adolf Hitler en la década de los treinta. Según algunos investigadores, esa era la única estrategia aceptable para una mayoría de la opinión pública. El appeasement tenía su lógica porque los ciudadanos del Reino Unido estaban aún bajo la influencia de los horrores de la Primera Guerra Mundial, y además existía un sentimiento de injusticia en el tratamiento que había recibido Alemania en el Tratado de Versalles que puso fin a aquel conflicto bélico. El castigo había sido excesivo, y había que evitar un nuevo enfrentamiento a cualquier precio. El régimen nazi se fue saltando toda la legalidad internacional, remilitarizó Renania, invadió los Sudetes y Austria, apoyó un golpe de Estado en España y bombardeó Gernika. La respuesta a todo aquello fue mirar hacia otro lado, no imponer ninguna sanción a los hijos de la esvástica, y supongo que rezar para que cesara por sí sola aquella locura. Las consecuencias de ese buenismo irresponsable no hace falta detallarlas, pero lo importante aquí es recordar que, analizando aquel conflicto con perspectiva histórica, es evidente que la paz nunca fue una opción.

Si fue difícil entender la necesidad del enfrentamiento con un fascismo que invadía países y bombardeaba civiles, ¿cómo vamos a asumir los peligros del apaciguamiento cuando el adversario no tiene ejército, no pone bombas, ni pretende, de momento, conquistar Aragón? Excepto en su condición de ideologías de masas y en su propaganda obscena, el nazismo y el independentismo catalán no tienen nada que ver. Esto es una obviedad, pero la jauría de Twitter obliga a la aclaración para no poner tan fácil la manipulación de este artículo. Pedro Sánchez apela al diálogo con el nuevo gobierno de la Generalitat, y ha criticado al jefe del Estado por no recibir a la presidenta del Parlament, porque los gestos son importantes y "no hubiera estado de más". Cómo se puede negar una simple audiencia, si hablar no hace daño a nadie. En ésas andábamos cuando el PSOE va y cede cuatro senadores para que dos partidos que acaban de formar un gobierno con el único objetivo de constituir una república catalana independiente en el plazo máximo de dieciocho meses, puedan formar sus propios grupos en el Senado. Sánchez lo ha justificado por una cuestión de cortesía parlamentaria, y porque así se ha ha hecho en otras ocasiones. Lo socialistas dicen que han accedido a este fraude de ley disfrazado de transfuguismo a tiempo parcial para no dar más motivos al independentismo. Sánchez se está mostrando como un tipo rocoso, incluso hábil en el contexto de su histórica derrota, pero no puede ser tan tonto como para pensar que el independentismo catalán necesita más motivos para largarse del país que él quiere presidir. Tampoco le preocupa que los de la desconexión express estén como locos por verlo a él en la Moncloa. O gobernar o morir.

No sé si a estas alturas hay solución al problema de una comunidad que disfruta de la mayores cotas de autogobierno de su historia moderna. Pero si existe, desde luego no pasa por seguir buscando un acuerdo con quien no desea ningún acuerdo y basa su estrategia en un relato estrambótico, victimista y falaz. Repaso la hemeroteca y no encuentro ni un solo gesto, ni una sola declaración conciliadora en los últimos años de quienes tienen como única aspiración la independencia de Catalunya. No hay reforma constitucional capaz de satisfacer las aspiraciones de esos políticos y de una amplia minoría de ciudadanos que les dieron su apoyo. En los días posteriores a las elecciones catalanas alguno de sus líderes, en un rapto de lucidez, reconoció que, si aquello había sido un plebiscito, lo habían perdido. Pero da igual, porque Artur Mas nos ha explicado que han podido corregir el resultado de las urnas con la negociación. Por una vez no ha podido ser más sincero. La reforma constitucional a refrendar por todos los españoles debe aspirar a convencer a una mayoría de catalanes, no a los impulsores de un proceso político basado en saltarse la legalidad. Churchill le dijo a Chamberlain que "pudo elegir entre la humillación y la guerra. Eligió la humillación y tuvo la guerra". Si viviera, le diría a Sánchez que puede elegir entre doblegarse y defender la igualdad de todos los ciudadanos. A este paso, y con la inestimable ayuda de Iglesias y Colau, quedará humillado y con el país quebrado.

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