La única historia digna de tal nombre, sentenció Novalis, es la que puede ser igualmente fábula. Aquí va un ejemplo. La reina de Saba, hoy Etiopía, acudió a Israel atraída por la fama del rey Salomón y allí, a más de convertirse a la nueva religión y presa del amor, renunció a la promesa de virginidad para engendrar a su único hijo, Menelik. Años después, éste robó del templo de Jerusalén el arca de la alianza: una joya de madera y oro que contenía las tablas de la ley con los diez mandamientos que Jehová dictó a Moisés en el Sinaí. Cuenta la leyenda que el arca se guardó muchos años en una isla del lago Tana hasta ser finalmente trasladada a la iglesia de Santa María de Sión, en Axum, donde según dicen permanece aún, aunque nadie pueda verla excepto el sacerdote guardián. Desde entonces, todos los templos en Etiopía (unos 20.000) guardarían en un cofre (el tabot) una copia del arca; así ocurre con los que construyó en el siglo XII y en 23 años el rey Lalibela: once iglesias rupestres comunicadas por pasadizos subterráneos y cuya contemplación fue el broche de un viaje inolvidable.

Etiopía, el segundo país en extensión del África subsahariana y con más de noventa millones de habitantes de los cuales un 60% son cristianos ortodoxos, celebra a partir de mañana y en Lalibela, a 2.600 metros de altura, el timkat: fiesta que conmemora el bautizo de Cristo en el Jordán. Llegué allí hace unos años y desde el sur, ahíto de Enjera e impresionado por unas imágenes que aún permanecen, vívidas, en mi memoria. No fue un viaje transversal, sino vertical: hacia los arcanos de la Historia por caminos arenosos y extensiones despobladas que a veces cruzaban hombres o mujeres sin más compañía que la del silencio. Noches en una tienda permeable a los inquietantes aullidos y días de encías tatuadas, discos en los labios o ritos de paso que exigían a los protagonistas saltar sobre los lomos de doce bueyes al tiempo que algunas mujeres mostraban sus espaldas ensangrentadas por los latigazos incorporados a la ceremonia. Sobrecogedores anticipos de la impresión que causa la vista de Roha, después llamada Lalibela en honor del epónimo: un rey que, según la tradición, al nacer fue cubierto por abejas y alimentado con su miel en vez de leche. De ahí el nombre: "lal" (miel) y "bela" (come).

Las iglesias, excavadas de arriba hacia abajo de modo que sus techos quedan al nivel del suelo, fueron declaradas en 1978 patrimonio de la humanidad por la Unesco, aunque la mitad de las diez que se ubican en el pueblo estaban, cuando fui, cubiertas por unos horrendos, por inestéticos, toldos de latón a fin de protegerlas de la erosión; una chapuza que espero, en bien de los visitantes, se haya corregido con posterioridad. No obstante y con independencia de ello, el recorrido por las de San Salvador, la Virgen María o la del Gólgota (que alberga la tumba de Lalibela), sirve de prolegómeno a la maravilla que supone sentarse para apreciar desde lo alto la insólita magnificencia de la de San Jorge, a unos 200 metros de las anteriores. "¿Por qué no construyes una iglesia dedicada a mí?" cuentan que preguntó el santo a Lalibela. Y allí estaba, con planta de cruz y doce por doce metros, a nuestros pies. Después, el paseo por las restantes, separadas de las anteriores por el canal Jordán; San Gabriel, la Bet Emanuel o San Marcos a través de un túnel negro como boca de lobo y al que llaman "el infierno" para terminar, a lomos de burros y tras un par de horas de ascenso por una pedregosa torrentera, en el monasterio del monte: Ashete Maryam.

Es en ese mágico lugar, Lalibela, habitado por la etnia Amhara, una entre las más de ochenta que conforman el país, donde entre los días 18 y 20 de este mes tendrá lugar la próxima epifanía, e imagino al risueño sacerdote que nos recibió en la iglesia de Abba Libanos, reunido con los demás y portando sobre sus cabezas los tabot cubiertos de telas bordadas para evitar que sean vistos por los millares de fieles allí concentrados y casi todos vestidos de blanco. Después, vendrá el rociado a los circunstantes con agua bendita y el cortejo que devolverá los cofres a sus respectivas iglesias entre los gritos, bailes y salmodias de la multitud.

Habíamos llegado hasta allí desde Gondar (la antigua capital entre los siglos XVI y XVIII) y, tras Lalibela, Bahar-Dar, junto al lago Tana donde escondieron el arca tras el robo. Muy cerca de las fuentes del Nilo. Paisajes de ensueño a los que volvería sin dudarlo, en estas fechas, cualquier año de los por venir. Porque se trata además de un país todavía relativamente seguro en los tiempos que corren aliado de EE UU, que mantiene una base militar para luchar contra los islamistas de Somalia y con crecimiento económico muy superior al de sus vecinos aunque, todo hay que decirlo, leí que Etiopía es, con Irán, el país con más periodistas exiliados o detenidos, y es que no resulta obligado que belleza y libertades corran parejas. Sea como fuere, téngalo en cartera si no lo conocen, por si se les presentara la oportunidad. No se arrepentirán.