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Antropoides en el corazón de Europa

Ahí están, en Colonia, Hamburgo o Estocolmo, cercando a las mujeres para abalanzarse sobre ellas con la intención de manosearlas y, en último extremo, violarlas. Una vejación colectiva y a la vista de todo el mundo. Algunos de los criminales aseguraron en su momento que estaban como en casa, ya que Merkel, la hospitalaria Merkel les había abierto las puertas de Alemania, invitándoles a mesa y mantel. No vamos a generalizar, faltaría más. Pero la realidad es ésta: la totalidad de los asaltantes y violadores son norteafricanos o pertenecen a países como Siria, Irak y Afganistán. No, tranquilos, no vamos a meter a todos en el mismo saco. El violador no conoce fronteras y está distribuido por todo el globo.

Ahí están, siempre avanzando en comandita y en plan macarra, tratando de intimidar a las mujeres o a jóvenes solitarias. Circulan varios videos en Internet: son cinco o seis valientes que cercan a la mujer, la golpean, la manosean, la zarandean hasta que ella se derrumba sobre la acera ante la mirada huidiza, acobardada y falsamente indiferente de los viandantes. Los hay, y las hay, como la alcaldesa de Colonia que, tras la humillación colectiva, tras el toqueteo indiscriminado, tras el robo y la provocación, tienen los arrestos de repartir consejos a esas mismas mujeres que han sido agredidas sexualmente y decirles que, en fin, la próxima vez procuren comportarse de manera mucho más decorosa. El mensaje subliminal es a todas luces chocante, o no tan chocante visto como está el patio: que las mujeres, de algún modo, provocaron a los machos en celo. Por tanto, se exige recato.

Actitudes como ésta no hacen más que justificar en voz baja los arrebatos rijosos de esos antropoides que nos están visitando y de los, digamos, autóctonos. Es una entrega en cuerpo y alma al enemigo. Han leído bien: enemigo. Enemigo que se está organizando, que tiene varios frentes de actuación en el corazón debilitado de esta Europa cada vez más confundida y falta de reflejos. Funcionan como bandas que se reparten el trabajo. Merkel les ha invitado, replican. Y, claro, tienen hambre de mujeres liberadas. Sus elementos más radicales y fanáticos ya avisaron en su momento y, de vez en cuando, nos lo van recordando por si los europeos hemos entrado en una fase próxima al Alzheimer: "Invadiremos Europa con el vientre de nuestras mujeres y el miedo reinará para siempre en vuestros corazones". Su objetivo es acorralar a las mujeres, como valientes que son, y una vez cercadas, asediarlas hasta la violación. Lo de Colonia, Hamburgo y otras ciudades no deja de ser una metáfora a escala reducida de lo que en verdad pretenden, la destrucción de Occidente y lo que esa destrucción supone para ellos: la demolición de Babilonia. Pueden llamarme paranoico, pero recuerden que a menudo la paranoia no anda muy desencaminada y acaba asemejándose dolorosamente a la realidad. Cegados de resentimiento y desprecio y, en el fondo, de un sentimiento de inferioridad apabullante, no soportan de ningún modo la libertad de la mujer. Esto último, no lo olvidemos, también vale para los machos ibéricos, itálicos y nórdicos, para no extenderme por otros rincones de Europa.

Las agresiones sexuales cometidas por inmigrantes durante la celebración de uno de los festivales de música más importantes, We are Stockholm, fueron convenientemente disimuladas. Todo para no alarmar a la apacible población sueca. El bienestar nórdico y centroeuropeo ralentiza, sin duda, los reflejos de la policía y de las autoridades. Y, sobre todo, al pretender la ocultación de los hechos, sólo parecían mostrarse preocupados por una cosa: no pasar por racistas. Todo para no hacerles el juego a la extrema derecha. Tales escrúpulos, por otra parte, resultan doblemente dañinos. La ocultación de los hechos, en este caso, es equivalente a esconder la cabeza bajo tierra. Técnicas del avestruz, vamos. Mientras tanto, los acosadores han seguido actuando como si tal cosa, pensando que Europa, con su dejadez, de alguna manera se desentiende del asunto. Ya saben, Merkel invita. Estos tipos siguen pensando que la mujer es una hembra puesta a disposición de sus arrebatos de antropoide. Para su uso, mejor dicho, abuso y disfrute.

El cerco a las mujeres en Colonia se asemeja a una de esas escenas que aparecen en esos documentales tan ilustrativos que a veces nos regala la televisión. Los lobos cercando a las gacelas. El asedio pausado y paciente del macho en celo que aguarda el momento oportuno para avanzar y abalanzarse sobre su presa. Y digo bien, presa. Hay una realidad desagradable que muchos quieren pasar por alto o desvían la mirada cuando se les presenta: que muchos hombres ocultan bajo su apariencia netamente humana una bestia en celo, un ser brutal, el antropoide que exige su cuota de carne para seguir viviendo.

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