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Daniel Capó

Esta vez es distinto

El exsecretario del Tesoro de los Estados Unidos, Lawrence Summers, declaró hace unos días que "los riesgos globales para la economía son los mayores que recuerda". No es el único en pensar así. La semana pasada, el inversor George Soros había incidido en la misma hipótesis, al subrayar la probabilidad de un gran enfriamiento económico mundial. La opinión de Warren Buffett, expresada en una entrevista para la televisión americana, fue más matizada y menos pesimista: percibe riesgos, pero no el apocalipsis.

Sospecho que los seres humanos se dividen entre pesimistas y optimistas congénitos. No se trata tanto de una cuestión de inteligencia, sino de mirada, de percepción de la realidad. Y, en cierto modo, ambas lecturas son razonables y necesarias. Los primeros, como Pepito Grillo, nos alertan de los desequilibrios, de las contradicciones insolubles, de los valores que se pierden con los cambios. Los segundos reivindican, en cambio, la resistencia ante las dificultades y la creatividad humana. Es verdad que las clases medias se debilitan, que la sociedad se atomiza, que la tecnología y la globalización han introducido dinámicas nuevas en la competencia, que el endeudamiento masivo amenaza la generosa protección que ha venido ofreciendo el Estado del bienestar y que la corrupción política ha minado la confianza en las instituciones y en nuestros representantes públicos. Sin duda, la brutal caída en el precio de las materias primas anuncia una grave recesión en los países emergentes, sobre todo en aquellos más dependientes de las mismas como Brasil o Chile y, por otro lado, el gigante chino vive su particular proceso de reajuste, de una economía orientada casi exclusivamente a la exportación a otra con el foco puesto en el consumo. Por su tamaño, cualquier ralentización en el crecimiento del PIB de China afecta al comercio mundial y ahora nos encontramos en ese purgatorio.

Pero el argumento de los optimistas también es consistente. A pesar de las dificultades, el nuestro sigue siendo el mejor de los mundos conocidos. La esperanza de vida se alarga año tras año, la pobreza global se reduce, más y más países participan en el comercio mundial, la alfabetización se ha convertido en un derecho universal y las clases medias se consolidan en lo que antiguamente era el tercer mundo ofreciendo un plus de estabilidad. Los datos, en este sentido, son claros.

Parece inevitable que algún tipo de crisis o, al menos, de enfriamiento tenga lugar en estos próximos meses. Aunque, a día de hoy, resulta difícil creer que nos asomemos a un nuevo escenario apocalíptico, como fue el de 2008, sino más bien a un último y doloroso coletazo del gran crash, para iniciar después un período prolongado de crecimiento. Esta es la tesis que defienden, por ejemplo, Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff en su fundamental This Time is Different: la de una larga década de crisis financiera que permitirá refundar la economía sobre bases más sólidas. Seguramente estamos ahí, en ese proceso, lo cual garantiza un oleaje complicado, al menos durante unos cuantos años más.

No obstante, el curso del hombre desde los inicios de la industrialización es el de la prosperidad. Y no parece que haya vuelta atrás. Los problemas que nos aquejan son los propios de las sociedades ricas y hay que afrontarlos con inteligencia y valentía, sin ceder a temores infundados ni a estereotipos fáciles. El pesimismo debe modular el optimismo, pero no dejar que guíe en exclusiva nuestros actos. Esta vez tampoco será distinto y el mundo saldrá adelante.

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