Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tras la resaca

Nunca he compartido del todo la algarabía, a todas luces sobreactuada, que genera el cambio de año con sus campanadas y el consiguiente atracón de uvas. Uno lo hace, pero si se para unos instantes a pensarlo con cierto detenimiento, comprobará que todo ese barullo es del todo innecesario. Está bien eso de abrazarse, de brindar y de desearse lo mejor para el año entrante, mientras vamos engullendo esos granos rezagados de uva, que ya se han convertido en una sabrosa pasta entre ácida y dulzona. Y, sobre todo, abrazarse y darse los necesarios achuchones, que animan mucho y nos dan energías. Por supuesto. Aunque, acto seguido, por favor, hablemos de lo nuestro o deslicémonos bajo el edredón hasta nueva orden y crucemos juntos y sin hablar este umbral. Debo admitir que llego justito de fuerzas a la Nochevieja, sobre todo si aún tienen que llegar los Reyes Magos de Oriente con su carga de regalos. En efecto, ganas de que acabe el lío. Y lo dice uno que nació, precisamente, un 5 de enero y en plena cabalgata. No me gusta nada agobiar ni ser agobiado, pero de vez en cuando recuerdo a mis allegados que el regalo fui yo. Por si se olvidan y para poner las cosas en su sitio.

Uno se siente algo atrapado en estas fechas navideñas y mágicas. Por un lado, desaparecería con gusto. Se largaría lejos o, en fin, a la vuelta de la esquina o bien se encerraría en su cuarto a verlas venir, con un buen libro o, simplemente, cerraría angelicalmente los ojos en busca de un sueño inocente y reparador. Y despertarse el 1 de enero limpio de alcoholes y de humos. Sí, pulsaría un botón con la intención de salir de escena. Sé que muchos comparten este sentimiento. Ya saben, esas ancestrales e irreprimibles ganas de huir hacia parajes menos estridentes. Aunque, por otro lado, si uno se visualiza solitario por esos mundos en plena época navideña, no puede evitar un sentimiento de cierta congoja, un pequeño vértigo. Un tipo que camina a solas por las carreteras, mientras que las familias, a esa misma hora, están reuniéndose alrededor de las mesas iluminadas por esas luz ambarina que suele reinar en los hogares civilizados, no deja de ser una anomalía. Un poema extraño, la escena de alguna película que nunca olvidaremos. Un individuo que, en fin, decide pasar la Nochebuena, el día de Navidad y el Fin de Año a solas en una habitación de hotel o en el salón vacío de su casa, nos provoca una cierta desazón, un sentimiento de melancolía muy profundo. Nadie, en su sano juicio, querría estar en su piel. O, a lo mejor sí. Tal vez, los agobiados de este mundo, los que darían lo que fuese por escabullirse del sarao navideño quisieran probar el veneno de la soledad en estas fechas tan señaladas, como suele decirse cansinamente. Son periodos conflictivos, más que nada por el exceso familiar que, sin duda, echaríamos de menos si no lo padeciéramos en nuestras paradójicas carnes. El niño salvaje que tenemos dentro aúlla ante y contra los compromisos. Se rebela cual fiera que es y nunca dejará de ser. Aunque, acto seguido, interviene el mediador, el ser social, esa clase media que nos constituye para aplacar la rebelión. Una clase media que necesitamos y que a la vez rechazamos por mostrarse tan pusilánime y contemporizadora. El niño querría la libertad loca, irse corriendo hacia espacios menos jerarquizados, cabalgar por la pradera un caballo sin ensillar. Tremenda dialéctica ésta. En efecto, se exige en estos casos manejar los hilos con maestría. Y no desesperar.

Tras la resaca, el paseo solitario, el pensamiento caminado, el suave alejamiento, atisbar proyectos, dibujar un plano que sabemos que será corregido por los avatares de la realidad o borrado, enriquecido por las sorpresas que va dejando caer la propia vida. Tras la resaca, la aspirina efervescente y la escritura tranquila. La enumeración de los buenos deseos y anhelos. Y respirar hondo, muy hondo en busca de la paz. Sí, han leído bien: paz. La ducha larga y tibia que nos limpie las ideas y disuelva las obsesiones y los enconos. En fin, qué les voy a contar que ustedes ya no sepan.

Tras la resaca, les deseo sin gritos ni ampulosidades, un año digno de ser vivido.

Compartir el artículo

stats