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Encuestas y decisiones

Afirmaba Virginia Woolf que no podemos enjuiciar lo que no compartimos aunque, para el tema de hoy, voy a pasar por alto la observación de la escritora dado que las memeces hablan por sí mismas y, en tales casos, no se trata de juicio sino mera constatación.

Referendos para temas relevantes claro que sí, pero sucede que se suplantan por minucias, en un intento de exhibir no diré aparentar un talante democrático que brilla por su ausencia cuando sería más de agradecer. Y convocarlos para dirimir trivialidades dice poco de quienes debieran, tras el correspondiente análisis, obrar en consecuencia aun a riesgo de no contentar a todos. A la postre, para eso cobran. Me estoy refiriendo en concreto a la pasada encuesta sobre las terrazas en el Paseo del Borne, solicitando a los ciudadanos su opinión sobre la conveniencia de retirarlas, mantenerlas o quizá cambiar su ubicación. Uno se pregunta si el esfuerzo que supuso desde la campaña informativa hasta el dispositivo para facilitar la consulta y cuantificar los resultados (al fin, un abrumador consenso entre una muestra poco representativa por su número), tenía justificación más allá de dar pie a declaraciones grandilocuentes para trasmitir la sensación de nuevos modos frente a los de anteriores gestores: "Nosotros preguntamos (se afirmó en una tertulia radiofónica), y no como el PP...".

No se trata aquí de banalizar el mal, sino del mal que supone vestir de trascendencia la banalidad, con la paradoja añadida de que no todas las futilidades concitan igual tratamiento. Sería el caso del monolito en sa Feixina (en este caso, se trata de un símbolo fascista y no hay más que hablar; un ejemplo sobre la contundencia de los prejuicios) o, por seguir en la contextualización, tampoco se pulsó el sentir colectivo en otras ocurrencias: la reubicación de un crucifijo o el retrato del rey, por continuar con naderías y, en estos casos, hechos consumados sin encuesta que valga.

Parecerá bien o mal, que no es ahora la cuestión y sí el preguntarse cuál es la frontera que induce a utilizar el ordeno y mando o bien, para los bares del Paseo, el "sistema más democrático", en palabras del teniente de alcalde Aligi Molina. Cabe inquirir (como bien sabemos, sólo nos formulamos preguntas cuando tenemos las respuestas en la punta de la lengua porque, en otro caso, mejor mirar hacia otro lado que es lo que hacen quienes ustedes supondrán) cómo podrán justificar e incluyo entre ellos al señor Molina encuestas que pretendan hacer verosímil una democracia que se hurta cuando se debate sobre temas con algo más de enjundia.

Se ha evitado sondear si acaso la población, tan manipulada ella, apoyaría una norma que excluyese la contratación, por parte de los políticos, de familiares o reconocidos amiguetes y, por circunscribirnos a una isla donde brilla la luz excepto sobre algunos mandamases, tal vez habría sido oportuno o lo será en el futuro conocer de la opinión médica, encuesta mediante, sobre los recortes hospitalarios; qué medios se precisan para que los Centros de Salud pudiesen abrir por las tardes con garantías de idoneidad o, de circunscribirnos a polémicas recientes, cuál sería el resultado de plebiscitos sobre la implantación de la ecotasa, la regulación de alquileres turísticos, de los pisos vacíos o el precio adecuado para los aparcamientos públicos.

No diré que todo, o siquiera algo de lo anterior, clame por votos que avalen una decisión cualquiera que ésta sea, aunque sin duda merecerían cuando menos igual respaldo popular que el de las terracitas de marras. Ninguna de las alternativas a las anteriores cuestiones pueden asumirse con la convicción de haber acertado, pero de ahí a que todo dilema deba ser objeto de votación media un abismo y, precisamente para evitar la dubitación permanente se eligen representantes que conviertan en operativo el sentir que se presuma mayoritario. Priorizar es, por resumir, responsabilidad de quienes han sido designados urnas o componendas mediante para esa tarea: diferenciar lo sustancial de lo accesorio y si algunos no quieren, no saben o prefieren recurrir a las votaciones antes de decidir cuál ha de ser el color de la corbata para salir al balcón del consistorio en fiestas de guardar, habrían hecho mejor en no presentarse para evitar que constatemos su inseguro talante al primer vistazo.

Frente a tantos millones de euros con dudoso destino, asesores sin cuento o una organización desde diputaciones y consells insulares a ayuntamientos con más concejales que administrados que está pidiendo mano de santo, preguntarnos sobre el destino de unas mesas suena a chiste sin gracia o, lo que es peor, a hipocresía por aquello de dime de qué presumes y te diré de lo que careces. Y aunque no es mi intención ser ofensivo, recuerdo lo que dijo en una entrevista, semanas atrás, Fernando Vallejo: "Una roña incurable esto de la política". Y es que limpiarla no se antoja fácil. Incluso con los recién llegados. Veremos si el año nuevo aporta también nuevos modos.

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