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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

La unidad de Europa

Casi todo el mundo coincide en que es una suerte que no haya en nuestro país movimientos xenófobos de extrema derecha como el Frente Nacional francés o el UKIP británico. Estos partidos y movimientos se fundan en el odio a los inmigrantes, en el odio a Europa, en el odio al capitalismo financiero representado por el euro y en el odio a todo cuanto represente solidaridad interterritorial con otros países más pobres y más atrasados de la Unión Europea. Pero convendría preguntarse si los movimientos nacionalistas periféricos o independentistas que tenemos aquí no forman parte también de este conglomerado antieuropeísta y xenófobo que reúne los peores vicios del populismo. Ya sé que mucha gente se llevará las manos a la cabeza al oír esto, porque estos movimientos se encargan todos los días de jurar que son abiertos, tolerantes, acogedores, solidarios, inclusivos sea eso lo que sea y no sé cuántas cosas más. Y muchos de ellos basta pensar en las CUP catalanas se proclaman marxistas y leninistas y anarquistas y feministas y quizá hasta maoístas (aunque su praxis sólo pueda ser definida como patafísica, en honor del gran Alfred Jarry, a no ser que entremos en los territorios de la psiquiatría y del simple delirio paranoide, que quizá sería lo más lógico). Ahora bien, si uno no se fija en las cosas que dicen, sino en los principios por los que se mueven, todos estos movimientos desde la derecha independentista de Artur Mas a Bildu o la CUP se parecen muchísimo a los movimientos de la extrema derecha antieuropeísta y xenófoba. Es así de sencillo y así de evidente, pese a quien pese.

La única diferencia, por las peculiaridades de la historia hispánica, es que todos estos movimientos han sabido camuflar muy bien su discurso xenófobo e insolidario con pronunciamientos constantes a favor de la democracia y los derechos sociales. Y siempre que han podido, han usado argumentos supuestamente izquierdistas o incluso revolucionarios para evitar que se los pudiera equiparar con el discurso patriotero y fascistoide de la extrema derecha. Pero aun así, si uno coge los discursos de Marine Le Pen, y sustituye la palabra Francia por Cataluña o Euskadi, el resultado es prácticamente el mismo: todos están teñidos por el mismo odio hacia todo lo que venga de fuera, por el mismo miedo hacia no se sabe muy bien qué, por el mismo histerismo con que se intenta agitar a la población, y por el mismo principio de que "debemos quedarnos con lo nuestro y evitar que unos sinvergüenzas nos lo roben". La única diferencia repito es que el discurso de nuestros nacionalistas e independentistas se maquilla con ideas supuestamente de izquierdas para evitar toda comparación que pueda resultar desfavorable. Y hay que reconocer que este maquillaje ideológico se ha hecho muy bien, porque ha logrado engañar incluso a muchos votantes que se han creído que estaban votando una opción muy progre y muy solidaria, cuando en realidad estaban votando todo lo contrario.

Lo extraño del caso es que nuestra izquierda más supuestamente insobornable se haya dejado engatusar por este discurso xenófobo y egoísta, un discurso que al final esta izquierda ha acabado asumiendo sin ningún pudor o incluso con orgullo y con vehemencia. Una hipótesis sería que hay una coincidencia de fondo entre el autoritarismo inherente a todo nacionalismo no hay que olvidar que todo nacionalismo es un proyecto totalitario, como demostró muy bien el nacionalismo español del general Franco y el autoritarismo inherente a toda la izquierda más o menos marxistoide que quiere adoptar un proyecto rupturista en lo social y en lo económico. Esta sería una hipótesis. Y la otra es que la izquierda de Podemos necesita los votos de la periferia nacionalista si quiere conseguir una posición hegemónica en el Parlamento nacional. Y además, por supuesto, esa izquierda comparte esa bonita retórica de la democracia real y de los derechos de los más pequeños frente a las imposiciones de los "fuertes" y "autoritarios" que se niegan a aceptar la democracia. Pero conviene recordar que todas estas palabras son es eso, retórica, y nada más.

Se mire como se mire, no hay ni una sola razón que demuestre que esas naciones están oprimidas o sufren un expolio o viven un genocidio cultural. Todo eso es mentira y propaganda y nada más. Y si se permitiera que esas nacionalidades ejercieran su derecho a decidir, se estaría abriendo la posibilidad de que muchas regiones y comarcas de Europa emprendieran el mismo camino. Lo que está en juego no es la unidad de España, sino la unidad de Europa. Y no se trata de la soberanía territorial de España, sino de la soberanía territorial de Europa. Y esto es lo que quieren destruir todos estos movimientos xenófobos y reaccionarios que han sabido disfrazarse de simpáticos y bonachones pitufos. Y nosotros, los tontos, los inocentes, seguimos creyéndolos.

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