En los Estados Unidos se acelera el debate sobre el declive de la clase media. El número de hogares y de personas que viven con ingresos medios se reduce, en tanto aumenta el número de ciudadanos de las franjas media-baja y baja, por un lado, y media-alta y alta por el otro (sobre todo estas dos últimas); semejante proceso da alas al populismo y abre la puerta a la demagogia de Trump. En Europa, la proletarización de las clases medias también se acelera, y los países más golpeados por la crisis, como España, experimentan este fenómeno con especial intensidad. La explicación no es difícil de encontrar: la globalización es un terreno favorable para el liberalismo sin fronteras, la competitividad y el imperio del mercado. Si las manufacturas de nuestros países desarrollados han de competir salvajemente con las de los países emergentes, lo lógico es que los salarios de los trabajadores de unos y otros se acaben equiparando por abajo? En términos económicos, el problema no tiene solución, aunque sí habrá que encontrarla en términos políticos: será preciso recurrir a las políticas fiscales equitativas para que se regenere el concepto de redistribución. El objetivo de las grandes políticas económicas nacionales no puede reducirse a generar riqueza: también ha de distribuirse con cierta equidad si no queremos destruir nuestro modelo de civilización y entrar en una etapa de incertidumbre y caos.
