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Antonio Papell

El Rey invoca el marco constitucional

La monarquía parlamentaria, una de las más avanzadas formas de Estado, ofrece al proceso político un sofisticado instrumento de arbitraje: la Corona modera con neutralidad la formación de las mayorías de gobierno, que a veces es muy compleja en los regímenes pluripartidistas como el nuestro. Tiene en este sentido ventajas frente al modelo parlamentario republicano, en que el jefe del Estado tiene una adscripción política concreta (como ocurre en el sistema portugués, pongamos por caso).

En definitiva, en el sistema constitucional español, el Rey, que reina pero no gobierna, participa activamente en la gestión de los resultados electorales. En virtud de los artículos 62 y 99 de la Constitución, el monarca, previa consulta a los grupos políticos, propondrá al candidato a la presidencia del Gobierno, que después habrá de someterse a la investidura. Y en la hora presente, cuando aún estamos digiriendo apenas los resultados electorales del 20N, algunos esperaban que don Felipe marcaría pautas y establecería criterios en el habitual discurso de Nochebuena, pero el Rey ha optado por la prudencia y se ha limitado para invocar el marco constitucional y recordar que "la cohesión nacional" es imprescindible para impulsar en esta nueva etapa nuestro proyecto común de convivencia, de modo que "lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles".

Es, en definitiva, el Rey ha hecho una vehemente pero abstracta llamada a la gobernabilidad y a la estabilidad en la nueva legislatura, "que requiere todos los esfuerzos, todas las energías, todas las voluntades de nuestras instituciones democráticas para asegurar y consolidar lo conseguido a lo largo de las últimas décadas y adecuar nuestro progreso político a la realidad de la sociedad española de hoy". El Rey no ha de entrar en política, obviamente, y se ha cuidado mucho de hacerlo, pero sí ha efectuado una oportuna llamada apartidista a la magnanimidad, una vez que, después del general alarde de buenas intenciones efectuado durante la campaña electoral, empieza a verse que cada partido comienza a anteponer sus intereses particulares a cualquier otra consideración.

Una segunda parte del discurso regio, solemnizado mediante la elección del marco palaciego, ha versado sobre el imperio de la ley y la vigencia de la Constitución, cuando en Cataluña acaba de aprobarse una llamada a la insurgencia. Don Felipe ha recordado que "respetar nuestro orden constitucional es defender la convivencia democrática [?]; es defender los derechos y libertades de todos los ciudadanos y es también defender nuestra diversidad cultural y territorial".

Finalmente, un último mensaje integrador ha puesto rúbrica a la alocución, que resume seguramente una reflexión más intensa que la que se traduce en el discurso: hay que seguir escribiendo la historia de nuestro tiempo "contando con todos: hombres y mujeres, jóvenes y mayores nacidos aquí o venidos de fuera; empujando todos a la vez, sin que nadie se quede en el camino". Nuestra sociedad se ha vuelto más desigual, y es preciso corregir el desvío.

La clase política ha acogido con respeto y con formularia aquiescencia el discurso regio pero en el fondo los políticos piensan que todo esto es retórica y buenas palabras. Sin embargo, la sociedad civil de este país, que tiene grandes intuiciones y una sabiduría de siglos, habrá entendido a la perfección el mensaje, que en el fondo pide grandeza de espíritu en momentos en que sólo el consenso y el esfuerzo colectivo pueden obrar el prodigio de terminar de sacar el país de la crisis, modernizarlo, regenerarlo y elevarlo a un nuevo y prolongado periodo de prosperidad.

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