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José Carlos Llop

Cincuenta aniversario

Durante muchos años -entre la infancia y la adolescencia de mis hijos (y de eso también hace años)- por Navidad veíamos en casa Doctor Zhivago. Todavía lo hacemos. No todos los años, pero casi. De hecho Doctor Zhivago sustituyó a distintas versiones de Cuento de Navidad, basadas en el librito de Dickens que cuenta las pesadillas del tacaño Mr. Scrooge y su despreciativo ‘¡paparruchas!’. De Dickens a Pasternak no es una mala transición y pese a que la película de David Lean dura un par de horas, jamás vi que mis hijos apartaran la vista o se cansaran de su trama. A mí me había ocurrido lo mismo bastantes años atrás y sigue ocurriéndome cada vez que la veo (de aquí unos días, por ejemplo y ya disfruto con sólo pensarlo).

Pero este año será diferente porque hace cincuenta que se estrenó y celebrar los aniversarios no es mala costumbre. La película se rodó en los campos de Soria -ahí estaba la casa de Varikino- y en Madrid estuvo el Moscú zarista, mientras la sombra de la Revolución iba extendiéndose por sus calles. Incluso la gran presa productora de electricidad donde trabaja la hija de Zhivago y Lara, está cerca de un pueblo salmantino y fue una de las que se construyeron durante el franquismo. Ironías que la literatura acaba provocando.

Boris Pasternak publicó El doctor Zhivago -que así se titula el libro y no la película- en 1956, tras años de retomar y abandonar la novela. La había empezado a escribir cerca de los años veinte y fue el primer gran fresco de la vida rusa en la primera época del Soviet. Los problemas no se hicieron esperar. Tiempo atrás, cuando Stalin mandó detener al poeta Mandelstam, Koba El Terrible ya jugó al ratón y al gato, llamando por teléfono a Pasternak y pidiéndole explicaciones de por qué no defendía a otro poeta amigo con más pasión. Ante los titubeos helados de Pasternak, Stalin le contestó: ‘yo lo habría hecho’. Y colgó. Mandelstam murió en un gulag siberiano y Pasternak continuó viviendo en su dacha de Pereldekino.

En aquellos días ya estaba enamorado de Olga Ivinskaya -que daría pie al personaje de Lara en la novela-, una joven divorciada veintitrés años menor que él, y escribía Zhivago sin parar. Nunca llegó a separarse de su mujer -que era su segunda mujer, Zinaida-, pero la relación con Olga Ivinskaya sería utilizada para atacar policialmente a Pasternak. Al acabar la novela se la tildó de contrarrevolucionaria y burguesa -el individualismo burgués- y fue Kruscheff o Jruschoff, o cómo se escriba, entonces secretario del PC soviético, quien se encargó de descalificar brutalmente al poeta y ponerlo al pie de los caballos. El mismo hombre que tan simpático cayó en Occidente por su zapatazo en la ONU y su espíritu de apertura política, fue quien organizó una sucesión de ataques despiadados contra Pasternak, entre los que estuvo la detención de Olga Ivinskaya y su traslado a Siberia para amedrentarlo e impedirle luego que aceptara el Nobel. Porque el autor de El doctor Zhivago -aunque la novela no se hubiera publicado en la URSS- ya había obtenido el Nobel y la literatura -con comunismo o sin él- siempre fue en Rusia tan importante como un asunto de Estado.

Pasternak no pudo recoger el Nobel ni, por supuesto, salir de Rusia. Es más: tuvo que rechazarlo bajo la amenaza de que si viajaba a Estocolmo no se le dejaría regresar a Rusia, país que amaba y mucho, pese a todo. Siempre se ha dicho que la CIA estuvo detrás de ese Nobel y si esto fuera verdad tanto da, porque Boris Pasternak -víctima de chantajes, interrogatorios del KGB y distintas represalias- se merecía el premio. Aunque sólo fuera por haber escrito El doctor Zhivago, se lo merecía. El manuscrito se sacó de Rusia a través de un Secretario General de la ONU y acabó en manos de Feltrinelli, el editor italiano, hombre de extrema izquierda que moriría manipulando una bomba destinada a un poste de tensión eléctrica. Feltrinelli, además de editarla en ruso, conseguiría que El doctor Zhivago se publicara en distintos países a la vez y siempre he pensado que La Casa Rusia, de John Le Carré -que también tiene una adaptación cinematográfica estupenda- está de algún modo basada lejanamente en este asunto. Se cuenta que Nabokov atacó el libro de Pasternak rabioso de celos: había desplazado a Lolita de las listas de ventas. (No se sabe cómo reaccionó ante la película, que este mes de diciembre, repito, cumple cincuenta años).

Cuando David Lean la rodó, Boris Pasternak ya había muerto -la novela no se publicaría en Rusia hasta 1988- y el director británico se centró en el amor-pasión de Lara y Yuri como columna vertebral de la historia. Pero también en la lealtad del amor de Tonia Gromeko, su mujer (mezcla de su primera mujer, la pintora Yevguenia Lourie, y la segunda, la pianista Zinaida Neuhaus), y en las mutaciones de la naturaleza humana en tiempos convulsos. Doctor Zhivago es una impagable lección de vida y una elegía amorosa de primer orden, con la literatura -que sabe más de amor que cualquier otra materia humana- siempre al fondo. Como debe ser.

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