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Llorenç Riera

La inmigración salva la demografía

La geografía humana se muestra muy sensible frente a las situaciones económicas. Capta por igual las depresiones y los alivios del mercado laboral y la expansión o parón de la iniciativa empresarial. Por eso la demografía se mueve de forma consecuente con este panorama. Es el comportamiento capaz de explicar, ahora mismo, que Balears pueda compensar su alta tasa de mortalidad, fruto del mero crecimiento vegetativo y se desmarque de una tendencia nacional en la que, por primera vez, las defunciones superan a los nacimientos. Junto a Andalucía, Cataluña, Madrid y Murcia es una de las pocas regiones españolas que presenta un saldo vegetativo positivo.

Vuelven los extranjeros y regresan por igual los trabajadores peninsulares que durante los años de la crisis han probado fortuna o agotado paciencia en otras latitudes. De todos modos se debe advertir, como ha hecho el catedrático Pere Salvà, que sólo un nuevo boom de inmigración, que hoy por hoy no resulta previsible, podrá mantener la estabilidad demográfica. Pese a su situación actual, las islas no se escapan del gran reto que deben afrontar las sociedades desarrolladas, consistente en adquirir capacidad y medios para lidiar con el envejecimiento natural de la población, lo cual implica, por necesidad, más consumo de servicios sanitarios y mayor grado de necesidades sociales y hospitalarias. Es una mera servitud del incremento de la calidad y esperanza de vida, que hoy se sitúa en los 78 años para los hombres y 84 para las mujeres.

El fenómeno demográfico actual es poliédrico con caras muy diferentes que, en algunos aspectos, se vuelven difíciles de ensamblar. Es verdad que los extranjeros, con clara ventaja sobre los españoles de otras regiones, aportan nacimientos a Baleares y la salvan de la debacle, pero esto arroja importantes retos y nuevas necesidades. El más imprescindible de ellos es el de la integración plena. Es también el que mayores quebraderos de cabeza puede llevar porque se ha detectado un incremento del rechazo de la población autóctona, por decirlo de algún modo, hacia los nuevos residentes y, desde otro vértice, no se consigue normalizar plenamente a los hijos de la inmigración. La segunda generación continúa estigmatizada. Ella misma, según los casos, puede volverse maleable y modular el grado de integración que considere oportuno en cada momento.

Llama poderosamente la atención que hasta el 82% de los balears crean que hay demasiados extranjeros en las islas. Se pueden estudiar las causas de tal reacción y el fenómeno en sí mismo, pero habrá que tenerlo en cuenta por real. Puede ser consecuencia de la rapidez con que se ha producido la afluencia migratoria hacia Balears pero, como dice Antoni Tarabini, también puede obedecer al hecho de que "la clase media ha perdido mucho con la crisis; ha perdido perspectiva y ha generado resentimiento", lo cual hace, ni más ni menos, que se vea "al inmigrante como un adversario laboral". Pero enfrente están los hijos de los inmigrantes que no logran oportunidad laboral ni avance social. Por ahí, de no adoptarse soluciones efectivas, puede venir la explosión social. Este es el gran reto.

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