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Jose Jaume

No habrá elecciones a la espera de Sánchez

El miedo es la argamasa que impedirá que en primavera se tenga que volver a las urnas. No habrá nuevas elecciones. PP, PSOE y Ciudadanos las temen, no quieren confrontarse nuevamente con la decisión de los españoles, porque coligen que Podemos puede hacerles un roto espectacular: dejar desvencijados a los socialistas, abducida a lo que queda de IU, malparado al partido de Rivera y contra las cuerdas a los populares que, de ganar, tendrían que vérselas con la crecida oposición de esa nueva izquierda a la que no le ha importado defender el derecho a decidir en Cataluña sin por ello ver mermadas sus expectativas en el resto de España. La legislatura, como demanda un Rivera con querencias cada vez más "lerrouxistas", echará a andar. Lo que ahora no es discernible es cómo, en qué condiciones, porque la investidura del próximo presidente del Gobierno es cuestión todavía por dilucidar. Lo que sí es factible anticipar con una cierta garantía es que Mariano Rajoy no repetirá. El presidente en funciones lo será de un solo mandato. Los socialistas impedirán su investidura. Les va en ello la supervivencia. Las presiones sobre Pedro Sánchez, ya iniciadas, se intensificarán, pero ni en Bruselas, Berlín y el poder financiero hay fuerza suficiente para doblegar una posición que será inamovible.

Observar los cínicos llamamientos a la responsabilidad que desde el campo de la derecha, política y mediática, se hacen al partido socialista para que garantice la estabilidad institucional es casi una obscenidad. El PSOE no investirá a Rajoy, a quien públicamente, en el debate que impidió el definitivo derrumbe del partido, su secretario general definió como un político al margen de la decencia. Además, ¿es imaginable otra legislatura, por corta y acotada que resulte, con él en la Moncloa? La respuesta es nítida: no. Rajoy Brey no será quien gobierne en una tesitura que nada tiene que ver con las vividas desde el inicio de la primera Transición. Ahora, cuando alborea la segunda, se tendrá que buscar a otro u otra (digámoslo para mantener lo políticamente correcto) y no va a ser fácil.

Descartada la investidura del presidente en funciones, planteemos una nueva pregunta: ¿está en condiciones el PSOE de respaldar, absteniéndose, a otro candidato o candidata del PP? Tampoco es muy plausible, porque, de hacerlo, el campo queda libre para que Podemos cabalgue al galope sin obstáculos. De las elecciones ha salido un diseño a la vez lleno de posibilidades y letal para los socialistas: todo pasa por ellos. En el Congreso de los Diputados son el arco de bóveda. Sin el PSOE no hay mayoría posible.

Tercera pregunta: ¿es factible estructurar una mayoría que posibilite a Pedro Sánchez convertirse en el presidente del Gobierno? Lo es, aunque es una operación de altísimo riesgo, que puede naufragar antes de iniciarse. Los ideólogos de Podemos lo saben, son conscientes de que es factible encumbrar al secretario general del PSOE; por ello han trazado las que denominan "líneas rojas", que incluyen el referéndum catalán; ahí radica el dilema: ¿cómo desmonta Sánchez la cerrada oposición que a la consulta existe en el PSOE del sur, el que tiene a Susana Díaz como indiscutida dirigente? Sus satélites, el extremeño Fernández Vara y el castellano-manchego García Page, con matizaciones, han avisado de que es inaceptable la alianza con Pablo Iglesias si incluye el derecho a decidir de los catalanes, y la presidenta de la Junta de Andalucía, cerrando la puerta a la investidura de Rajoy y de cualquier otro candidato del PP, también ha dado portazo el entendimiento con Podemos.

La lógica que se desprende de lo expuesto nos lleva a nuevas elecciones, las que no se van a celebrar. Entonces, ¿cómo se resuelve la intrincada ecuación? Iñigo Errejón, al que unánimente se le reconoce una cabeza extraordinariamente bien amueblada, ha dejado caer que no debería descartarse la alternativa de un candidato independiente. Es una maniobra de distracción. Una más de las que proliferarán en las próximas semanas. De lo que se trata es de dar tiempo a que se pueda soltar lastre para que progresivamente los socialistas del sur asuman que han de aceptar las líneas rojas" que hoy rechazan, porque por encima de todo es imprescindible conjurar el fantasma de otras elecciones.

Para Podemos el escenario perfecto sería el de un nuevo llamamiento a las urnas, pero no desdeñará un acuerdo con los socialistas que desencalle la cuestión catalana. En el Principado han ganado las elecciones obteniendo un premio adicional: dejar malparado a Ciudadanos, relegado a quinta fuerza, al mismo nivel que el desvencijado PP, cuando la cónsul de Rivera en Barcelona, Inés Arrimadas, ha salmodiado la misma letanía en los meses transcurridos desde las elecciones al Parlamento catalán: Ciudadanos es la primera fuerza constitucionalista, lidera la oposición. Lo seguirá siendo, pero Podemos le podrá salmodiar con igual reiteración que ha ganado las generales, pasando por encima de los dos partidos soberanistas, Esquerra y la antigua Convergència y el alicaído PSC, que, malherido, resiste.

Si la operación Pedro Sánchez cuaja, la derecha tronará. La descalificación será permanente. Dirá que se le ha robado el triunfo electoral. El martilleo no cesará. Conviene recordar que las del domingo han sido elecciones parlamentarias, por lo que es el partido que consigue en la cámara más apoyos quien gobierna. No el que llega primero. A la derecha, la política y la mediática, se le puede recordar que en Dinamarca, a la que tantas veces se refiere para elogiarla, dirige el Gobierno el tercer partido más votado en las elecciones y quien llegó primero, los socialdemócratas, están en la oposición. En Portugal ha sucedido lo contrario: la coalición de derechas ganó, pero gobiernan los socialistas, simplemente porque en la cámara suman más apoyos. Es la esencia del parlamentarismo. No solo es legal sino también legítimo, que es lo que se empecina en rechazar la derecha. No entenderlo o negarse a aceptarlo es no dar por buenas las reglas fundamentales de la democracia parlamentaria. En España no rige el presidencialismo.

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