Leo en prensa esta mañana que Camilo José Cela Conde se despide de la Universitat de les Illes Balears después de cuarenta años como profesor explicando la asignatura de Antropología. Allí tuve el grato placer de recibir sus clases cuando estudiaba Psicología y su asignatura era común también para filósofos y pedagogos. Han pasado 35 años desde entonces y lo recuerdo muy bien, las lecturas que sugirió y sobre todo su distinción personal hacia la sabiduría que hizo, que por unos años un servidor respetara ese oficio de profesor tantas veces malogrado. Mucho más tarde, en el máster de evolución y cognición humana que también imparte la UIB pude volver a disfrutar de sus clases de nuevo.

En mi vida laboral, los temores de mis padres se cumplieron y acabé dedicándome al baile, dejando tras de mí una plaza de funcionario y otros quehaceres dentro de la administración que respondían más a las expectativas que tenían conmigo. Como siempre puse por delante la felicidad a la conveniencia (confieso que ha sido a través de la música, la danza y el deporte donde he experimentado mis mejores sensaciones) convertí en profesión mi pasión por el baile.

Fuera de la universidad, he seguido a mi querido profesor en sus artículos de opinión en este diario, donde su sarcasmo e ironía han conseguido dibujar en mi rostro, en más de una ocasión, una sonrisa. Fruto un poco de la nostalgia y las ansias de saber, hace un año me matriculé en el grado de Filosofía en la UIB a modo de reciclaje y así seguir con esa formación permanente en la que creo que todos los enseñantes deberían mantener como si de un entrenamiento físico se tratara. La decepción con la mayoría de profesores que encontré fue desconsoladora, ver en lo que se había convertido mi antigua universidad me sumieron en un estado de impotencia, rabia y desidia que me empujaron a que una mañana me acercara el despacho de Camilo. Estaba trabajando como siempre con su pequeño ordenador. Hablamos sobre la posibilidad de hacer el doctorado y delegó en compañeros suyos de investigación que responderían mejor que él en las temáticas en las que yo tenía interés. Recuerdo que le comenté a cerca de la decepción con los estudios de grado que había retomado, le dije que los tiempos de Saoner (un antiguo profesor de filosofía de su época que ya murió) habían acabado. Sus palabras, una vez más, fueron elocuentes, me contestó: "Yo ya di mi opinión: cuando Albert murió la mejor opción hubiera sido cerrar la Facultad de Filosofía".

Gracias a profesores como Camilo José Cela Conde he seguido estudiando y buscando maestros de los que aprender. Le invito, desde aquí, ahora que tendrá más tiempo a venir a mi sala a brindar por los buenos tiempos, ya en la memoria de los que estuvimos allí.

* Psicólogo y director de BAT Club