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Pilar Garcés

El Desliz

Pilar Garcés

Cero y pico de felicidad

El cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez dio poco de sí desde el punto de vista del discurso político. Que, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) la primera preocupación de los españoles sea la economía significa que la mayoría llegamos con dificultad a fin de mes, que no ahorramos, que no sabemos cómo pagaremos la universidad de nuestros hijos, que si se nos rompe el coche tenemos insomnio o que estamos muy cabreados porque las ayudas de comedor escolar aún no se hayan convocado cuando está a punto de acabar el año, que vemos con asombro que con 100 euros no llenamos el carro en el hipermercado y que cada sablazo en la factura de la luz nos hace sangrar. Los dos partidos tradicionales se dedicaron a las balanzas fiscales, a las grandes cifras y a los gráficos con discursos embrollados que poco permitieron adivinar cómo van a influir estos dos tipos en nuestra economía doméstica. Aunque el socialista ganó porque acorraló al presidente conservador con la corrupción que ha enfangado a su partido mientras él miraba para otro lado, Pedro Sánchez no remató casi ninguna faena en la crítica a las desastrosas políticas sociales del PP, y se limitó a repetir eslóganes. Rajoy le reclamó media docena de veces que explicase por qué él ha limitado el acceso de las mujeres a la maternidad, y no le contestó. El año pasado murieron más españoles que nacieron, lo dice la estadística. Podría haberle recordado que con un paro femenino agigantado, empleos precarios para las trabajadoras y nuevas facilidades para el despido por su reforma laboral, las mujeres retrasan sus embarazos, cuando no los descartan directamente. Con el argumento de la crisis la derecha ha recortado todas las ayudas a la conciliación y los programas de la sanidad pública contra la infertilidad. En pocas palabras, para cuando puedes plantearte un hijo porque la hipoteca ya no te asfixia te toca cuidar de tus padres, y con una ley de dependencia bajo mínimos.

A falta de nuevas propuestas deslumbrantes, los medios de comunicación se han lanzado a escudriñar el duelo Sánchez/Rajoy desde el punto de vista de las emociones. La Vanguardia expuso el resultado de un programa de reconocimiento facial para analizar qué sentía cada contendiente en los momentos más interesantes: asco, tristeza, desprecio, casi en todo momento neutralidad ensayada y muy escasa felicidad. Un cero y pico de felicidad. Se les notaba a la legua que no les apetecía estar allí. Después de una campaña electoral plagada de entrevistas en los salones de Bertín Osborne, María Teresa Campos o Pablo Motos hablando distendidamente de cómo conocieron a sus esposas no es fácil retornar al barro de lo que de verdad atañe a la vida de la gente. Contra lo que se ha dicho, yo no creo que el debate a dos sea un formato antiguo y periclitado, de hecho el protagonizado por Albert Rivera y Pablo Iglesias con Jordi Évole resultó trepidante, divertido y ofreció información a raudales de los idearios de ambos. La diferencia, además de un moderador que no se comporte como un mueble, es que en el caso de los líderes de los emergentes ambos parecía disfrutar del intercambio de opiniones. No se les midió el nivel de felicidad, pero seguro que hubiera salido disparado. Les gusta estar aquí en este momento y en este lugar, viven un subidón tremendo frente al bajón bipartidista y lo contagian. Por lo que a mí respecta, la punta de máxima de dicha se registró al apagar la tele del debate Sánchez/Rajoy y pensar, ¿te imaginas que no sea ninguno de estos dos?

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