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Tiempo presente

Cuando escribo estas líneas aún no se sabe el resultado de las elecciones regionales en Francia y desconozco si la rubísima saga de las Le Pen ha hecho o no historia. Tampoco ha tenido lugar el tan esperado debate electoral entre los señores Rajoy y Sánchez, e ignoro a quién se ha dado como ganador. Claro que ésta es una categoría tan escurridiza que ambos pueden haber ganado y perdido a la vez; más aún: a muchos españoles les dará exactamente igual que se hayan producido las dos cosas o ninguna. Este relativismo lo hemos aprendido últimamente del presidente en funciones, cuando aseguraba que no sabía quién estaba equivocado, si él o todos los demás, o todos juntos. Pero no entremos en honduras. Con la premisa de mi situación en el plano cronológico, hasta ahora la campaña me ha dejado más bien poco. Exhaustos tras un año surtido en compromisos electorales y sobresaltos políticos, se opta por el formato ligero y se habla sobre todo de apariencias, de los modos de unos y otros, como si el envoltorio resultara mucho más interesante que el contenido. Hasta la mesa y las sillas del debate a dos han tenido su protagonismo. Novedades de fondo, pocas. Puestos a destacar, resaltan las dificultades del candidato socialista para ponerse asertivo en un mítin. Debería ecualizar mejor ese vozarrón de ogro que tan mal se compadece con su habitual porte de príncipe encantador.

Hablando de voces, imposible no referirse al ministro de Justicia, señor Fernández Díaz, y a sus primeras intervenciones tras el atentado de Kabul. Tan sólo horas después del ataque, las palabras lapidarias con que insistía en que no se trataba de una acción contra España se veían matizadas poco a poco hasta convertirse en un mensaje de signo absolutamente opuesto. Nunca se insistirá lo suficiente en que las autoridades han de explicarse con claridad cuando se den circunstancias, como ésta, difíciles y de trágicas consecuencias. Sobre todo, resulta imprescindible no dar pábulo a la confusión, pues luego, una vez aclaradas las cosas, la torpeza se convierte en sombra de sospecha. Es mil veces preferible una verdad que asegure no disponer aún de datos concretos a la creación de una realidad paralela. En esto, por desgracia, ya tenemos experiencia.

Nuestro tiempo "necesita una escuela con competencias más complejas y cambiantes, lo que exige convertir la docencia no universitaria en una profesión de alto nivel científico, técnico y ético". Es una frase introductoria del resumen ejecutivo del "Libro Blanco de la profesión docente y su entorno escolar", presentado a principios de este mes por un comité que encabeza José Antonio Marina. Tras su lectura, aconsejo la de "Docentes como base de un buen sistema educativo. Descripción de la formación y carrera docente en Finlandia", disponible en internet. Leídos ambos, parece que la clave de los resultados radica (como casi siempre) en la base: la enseñanza es sólo una faceta de sociedad de un país; no nace de la nada, ni tampoco mediante voluntariosas y sesudas esporas.

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