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Antonio Papell

Acuerdo trascendental en París

El acuerdo conseguido en París entre 195 países para combatir el cambio climático -frente a los 37 que firmaron en 2005 el protocolo de Kioto- merecería el calificativo de histórico si el término no estuviera tan desacreditado. Porque lo realmente importante de un pacto que pretende salvar la sostenibilidad de la vida en el planeta a un plazo secular es precisamente que se haya producido, es decir, que los firmantes del acuerdo reconozcan, ya sin dudas razonables, que la actividad humana está generando efectos nocivos, capaces de modificar dramática e irreversiblemente el clima y, por consiguiente, de afectar gravemente a los equilibrios actuales, generadores de la biodiversidad que también debemos preservar. Ello conduce a la conclusión de que a partir de ahora habrá que sustituir un modelo económico basado en energías fósiles por otro sustentado en energías limpias.

Junto a este reconocimiento palmario del problema, sin el cual obviamente no habría posibilidad de resolverlo, es también muy importante que la comunidad internacional reconozca las situaciones asimétricas actuales: los países más ricos actualmente han conseguido su desarrollo contaminando mediante procesos de industrialización; no sería, pues, equitativo que se pretendiera obligar a los países emergentes a renunciar al crecimiento 'barato' de que han disfrutado los estados que ya se encuentran en un estadio superior. A tal fin, se ha aprobado, aunque de forma vaporosa todavía, la movilización de 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 con que los países ricos deberían ayudar a los pobres en este proceso sustitutivo de fuentes energéticas. No se ha concretado quiénes deberán efectuar estas aportaciones ni cual será el sistema de reparto, pero la aceptación del principio de esta especie de redistribución ambiental es ya un paso positivo en la dirección adecuada.

Celebrado pues el acuerdo, que ha sido posible gracias a la potencia diplomática de Francia y a la envergadura personal de Laurent Fabius, una de las mentes más preclaras y uno de los personajes públicos más ilustres del país vecino, hay que poner acto seguido los pies en el suelo para resolver y remediar las carencias del pacto. La principal de ellas es que el acuerdo es vinculante salvo en los objetivos de recorte de emisiones de gases de efecto invernadero, que quedan abiertos. De momento, se parte del conjunto de planes nacionales, que sin embargo no permiten alcanzar ni de lejos el objetivo de que la temperatura media del planeta no ascienda más de 2ºC a finales de siglo (las previsiones actuales supondrían un incremento de entre 2,7 y 3,7ºC). Esta insuficiencia del pacto se ha debido a que una limitación concreta no hubiera permitido la ratificación del texto por los Estados Unidos, ya que el Partido Republicano no cree en el cambio climático (Krugman lo ha explicado con horror en sus artículos), ni hubiera aceptado por tanto constreñir de este modo el sistema productivo norteamericano. También ha habido que cuidar la semántica, y de hecho no se habla en el acuerdo de 'descarbonización' de la economía porque se han opuesto a ello los productores de petróleo.

Los principales impulsores de estas medidas globales aspiraban a más y manifiestan cierta frustración. Sin embargo, lo principal se ha conseguido: ya no está en duda la existencia del efecto invernadero, y el mundo tendrá que ir acomodándose a esa realidad, que impulsará a medio/largo plazo políticas de mitigación de procesos contaminantes, el final de motor de explosión y la implantación progresiva de energías limpias, capaces de seguir impulsando más razonablemente el desarrollo sin destruir el hábitat de los propios seres humanos.

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