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José Carlos Llop

Realidad y apariencia

Hay una actriz que me gusta mucho y se llama Rachel Weisz. Lo curioso es que no sabría decir por qué. Recuerdo su foto abrazada por una serpiente como nuestra Eva primigenia, su papel de soldado del ejército soviético durante la batalla de Stalingrado en Enemigo a las puertas, o el de amante en la habitación de Deep Blue. Son las tres claves sobre las que se fundamenta este caprichoso gusto mío. Ahora estoy esperando el estreno de Juventud, de Sorrentino, no sólo por Sorrentino al que amo desde que vi Il divo y La gran belleza, sino por Rachel Weisz, que dirige el balneario donde transcurre la película. Por más cosas también e importantes para mí pero no es éste el lugar donde mencionarlas.

Viene a cuento Rachel Weisz porque, en cambio, está casada con un hombre que no me gusta nada, el actual James Bond, que algo debe de tener si lo ha elegido ella. Los hombres siempre somos mejores de lo que somos por las mujeres que nos aman o han amado. Las mujeres, ya no lo sé. Dudo que seamos nosotros quienes las mejoramos y no ellas quienes se mejoran a sí mismas cuando lo hacen a través de nosotros. A veces la elección posterior cuando somos sustituidos nos hace dudar de si elegimos bien en el pasado, o si supimos ver lo que no se ve pero está. Y otras pensamos que definitivamente, nos habíamos equivocado. Hay hombres que oscurecen y afean a las mujeres que fueron pura luz para otros. Al revés, también pasa. La vida es complicada y el amor, más. La solución sigue sin encontrarse.

Tengo comprobado que el amor suele provocar incomprensión ajena, cuando no envidia. Nada más atractivo para comentar, diseccionar y augurar desastres venideros, que el amor de los demás. Sobre todo cuando es secreto y se descubre. También cuando una de las dos personas o ambas es muy conocida y estaba comprometida con otra. Éste ha sido el caso de Vargas Llosa, al abandonar a su mujer por Isabel Preysler. Se han llegado a decir tantas tonterías sobre el escritor peruano y su nueva pareja... No sólo eso: la máquina de triturar ha hecho horas extras. Su ingreso en el papel couché semana sí y semana también y el baldeo de su nombre por las pocilgas televisivas, no sé si le habrá hecho vender más libros o conseguido incorporar nuevos lectores a su extensa nómina, pero todos aquellos que no saben lo que es un escritor han aportado su grano de arena a la voluminosa historia de la estupidez humana. Y algunos que deberían saberlo, también.

Esto ha ocurrido porque pasada cierta edad (más temprana de lo que creen), los hombres no entienden el amor, sino es con alguien bastante más joven y desde el poder. Y aún así suelen confundirlo con el sexo, siempre considerando que la erótica del poder (o del dinero) son imprescindibles para seducir. Son mayoría quienes no fueron capaces de ligar hasta no ocupar una tarima, una tribuna o un despacho. En fin. Ellas tan comprensibles con el amor en sí por un lado, tan objeto de deseo por otro tampoco estuvieron dispuestas a entender la historia del escritor y la dama filipina y los criticaron a ambos con salvajismo. Hablo en general. Cuando las cosas, en fin, no son como parecen ser. Es muy probable que ella, pese a enamorar a quien ha querido enamorar y gustar en la distancia corta, dicen los que la conocen a quien ha querido gustar, nunca habría imaginado ser lo que es ahora. ¿Y qué es ahora?, se preguntarán. Pues lo contrario de lo que se nos está intentando hacer ver. Es la mujer de Mario Vargas Llosa, cuando se nos está contando la historia como si Vargas Llosa hubiera pasado a enriquecer la nómina amorosa de Isabel Preysler, rebajando así la categoría de su propia liga a publicidad de Porcelanosa. Y esto si que es no saber lo que es un escritor.

Hace mes y medio Juan Cruz publicó en Babelia una magnífica entrevista con él. Cuatro páginas enteras más portadilla donde se habla, sobre todo, de la literatura del autor peruano y de literatura. Pero es inevitable referirse a su vida privada y lo hace, con todos los rasgos que, hable de lo que hable, siempre han distinguido a Vargas Llosa de otros escritores de su ámbito. A eso se le llama estilo y si recordamos que uno de sus primeros ensayos fue sobre Flaubert y lo tituló La orgía perpetua y por supuesto se refería a dedicar una vida a la escritura, obsesivamente, como hizo Flaubert puede uno comprender lo que Vargas Llosa entiende por estilo. Siempre he creído que para Vargas Llosa, el entusiasmo la orgía perpetua le es imprescindible para escribir. Es su motor. No me refiero al entusiasmo que la sola escritura provoca en un escritor. Hablo del entusiasmo vital. Otros escritores prefieren la pérdida, la ira o el dolor como génesis de su literatura y en cambio no saben qué hacer con la felicidad. Vivirla, desde luego y eso está muy bien, pero desconocen su escritura: queda aparcada. No es el caso de Vargas Llosa y así debe de entenderse el amor comentado. Lo vive y potencia su literatura, la esencia de ser escritor. Con casi ochenta años es un milagro. Y este milagro es puramente flaubertiano, no de revista del corazón, ni de sociedad del espectáculo como tantos se empeñan. En la entrevista con Juan Cruz esto se respiraba admirablemente y era toda una lección de vida. Pero que sean sus palabras las que acaben: "Mientras estoy escribiendo me siento invulnerable; cuando dejo de escribir las cosas cambian (risas). Lo que no quisiera es darte una idea falsa y decirte que esta época ha sido desastrosa. Por una parte ha sido muy complicada y muy difícil por muchísimas razones, pero por otra ha sido una época maravillosa de mi vida y querría que quedara muy claro. Nunca he tenido la exaltación, el entusiasmo, las ilusiones que tengo hoy día a una edad en la que generalmente ya no hay tantos entusiasmos (risas)".

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