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¿Qué es ganar un debate?

Los debates políticos, organizados en democracia como una obligatoria liturgia preelectoral, sirven para que los contendientes en unas elecciones discutan en público sus respectivas propuestas, diriman entre sí cuáles son a su juicio más apropiadas, rebatan las tesis del adversario y lleven a los ciudadanos que contemplan el espectáculo referencias capaces de fundamentar el voto. Son, en definitiva, un elemento más del complejo proceso de representación.

Un debate es, pues, un ejercicio intelectual entre dos o más candidatos, encaminado a defender las propias tesis, a intentar desmontar las ajenas y a persuadir a los electores de que han de decantarse por la opción defendida. Nada que se parezca a un combate de boxeo o un partido de rugby.

Así las cosas, el planteamiento de un debate como una confrontación, como un pugilato, como un pulso, es erróneo y pueril. En un debate, habrá quien sea más convincente y quien menos; quien arrolle a los antagonistas y quien sea arrollado por ellos, quien convenza a una parte del auditorio y desagrade al resto, etc. Carece de sentido, en fin, reducir un debate a la designación de un ganador. Los medios de comunicación, que con frecuencia simplifican más de lo debido, deberían saberlo.

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