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Joaquín Rábago

¿Llegó la hora de Marine le Pen?

Los yihadistas pueden estar contentos. El miedo, terrible consejero, arroja a cada vez más ciudadanos franceses a los brazos de la líder del Frente Nacional (FN), esa Juana de Arco de la derecha más xenófoba. ¿Ha llegado la hora de Marine Le Pen?, se preguntan ya muchos, y no sólo en Francia. De pronto es como si ser de derechas, incluso de extrema derecha, hubiese dejado de estar mal visto en Europa.

Porque no se trata sólo de Francia. En Inglaterra tenemos el UKIP; en Italia, la Lega Nord, en Bélgica, el Vlaams Belang, en Holanda, el Partido por la Libertad, en Dinamarca, el Partido Popular Danés. Y en Alemania, ay, en Alemania, está la Alternativa por Alemania y el más peligroso, por su violencia, Pegida. Marine Le Pen, 47 años, ha modernizado el discurso que gastaba su padre, Jean-Marie Le Pen, el fundador del partido, exlegionario racista y antisemita que torturó en Argelia y a quien la formación que creó ha relegado, por demasiado molesto, al ostracismo.

Marine no quiere ya saber nada de él, y sólo la nieta de Jean-Marie y sobrina de Marine, la joven y también como ésta eurodiputada Marion Maréchal-Le Pen, parece congeniar y comulgar ideológicamente con aquél, sobre todo en su rechazo del aborto o el matrimonio homosexual. La primera vuelta de las elecciones regionales celebradas el pasado domingo en Francia han sido todo un éxito para el FN: el partido se ha convertido con cerca de un 30% de los votos en la primera fuerza de Francia, por delante de los Republicanos del expresidente Sarkozy, y por supuesto también de los socialistas.

Toda una vergüenza para el presidente François Hollande, a quien poco parece haberle servido sus gestos de firmeza al declarar la guerra al Estado islámico tras los atentados terroristas de París y dejarse filmar a bordo del portaaviones Charles De Gaulle como si fuera George W. Bush. Puestos elegir a alguien que los defienda de las amenazas del mundo exterior, muchos franceses parecen preferir el original.

El salto ha sido enorme si se tiene en cuenta que de momento el FN tiene un solo diputado en la Asamblea Nacional y dos senadores, así como algo más de millar y medio de cargos en gobiernos municipales y unos doscientos en las regiones y departamentos. Sin embargo, en el Parlamento europeo tienen 24 diputados, casi el doble que los socialistas. Marine Le Pen puede estar satisfecha con el crecimiento de afiliados a su partido, que dice contar con unos 80.000 en toda Francia, 25.000 de los cuales pertenecen a sus juventudes, con lo que el futuro parece asegurado.

La líder del FN atrae a cada vez más conciudadanos con un discurso en el que el anti-islamismo ha reemplazado al antisemitismo de su padre. El semanario francés L'Obs organizó recientemente un debate entre personas que nunca la habían votado antes y sus argumentos resultan muy elocuentes. Todos parecían obsesionados por los musulmanes, en los que veían un peligro, incluso cuando si en principio parecen moderados porque, según ellos, se radicalizan rápidamente, exigen que se permita llevar siempre el velo y se prohíba la carne de cerdo en todas las escuelas o colocar belenes o incluso el árbol de Navidad.

Como otros partidos europeos de extrema derecha, el FN ha logrado importantes avances entre los perdedores de la globalización, que son muchas veces las clases trabajadoras: éstas han dejado de votar a los comunistas y se sienten al mismo tiempo desengañados por los socialistas, lo cual explica el desplome de este último partido. Al mismo tiempo, Marine Le Pen ha conseguido reunir también en torno suyo a un puñado de asesores, jóvenes profesionales procedentes muchos de ellos de las clases medias y que militaron antes en la derecha tradicional o incluso en la extrema izquierda.

Uno de esos profesionales es Florian Filippot, de 34 años, número dos del partido y su principal estratega, exalto funcionario, que estudió en las mejores escuelas de administración y colaboró incluso con el exministro del Interior socialista Jean-Pierre Chevènement. Al igual que Marine Le Pen, Filippot cree que muchos de los problemas de Francia, empezando por el desempleo, tienen que ver con la Unión Europea y la globalización, y el remedio consiste en la recuperación de la soberanía nacional y la vuelta a las fronteras.

La llegada masiva de refugiados y por supuesto también los sangrientos atentados yihadistas han llevado agua al molino del FN y han servido a sus líderes para acusar al actual gobierno socialista, pero también al predecesor de Nicolas Sarkozy de haber fallado en su deber de proteger al pueblo francés y defender sus "valores eternos". Es un discurso demagógico que habla de "nuestras catedrales, nuestros castillos, Racine o Corneille" y truena contra "esa gente que pretende seguir vistiendo aquí también el burka o la chilaba como si estuvieran en su país". ¿Puede haber más xenofobia?

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