Si algún día recibe la invitación de un farmacéutico a cenar a su casa, no se le ocurra preguntarle a su hijo aquello de ¿qué quieres ser de mayor? Tocaría usted un tema tabú sobre algo que ya está más que decidido a pesar de que el infante todavía apenas balbucea. El benjamín del boticario es, en apariencia, un niño normal como los demás. Tendrá la visita de Papa Noël, los regalos de los Reyes de Oriente al pie del árbol de Navidad y su tarta de cumpleaños, pero la decisión de cómo labrarse un futuro estaba tomada incuso antes de ser engendrado. El pequeño heredará la farmacia de su padre y con ella su titularidad. Es bastante probable que su nombre coincida con el de su padre y el de su abuelo, evitando así el posterior estorbo de cambiar el rótulo con el nombre del titular de la farmacia. Una vez terminada la carrera universitaria, sin necesidad de pasar una media de suficiente, recibirá a la edad de 22 años el traspaso del negocio de su progenitor quien, al llevar más de siete años como titular, se abstendrá del pecado de la especulación. Este último matiz todavía no lo encontrará en wikipedia si busca el significado del término "especular", pero ya figura como oficial según el baremo del nuevo (?) Govern balear.

Todavía hay casos de familias numerosas, por lo que en ocasiones podemos encontrar a tres hermanos estudiando la carrera de farmacia al unísono y en la misma universidad (se da un caso real que reúne estas características). Tanta descendencia genera clanes y auténticas sagas de farmacéuticos. Así la unión hace la fuerza, al menos la suficiente como para doblegar a los proveedores, que para satisfacer tanta demanda de género a un mismo clan tendrá que rebajar precios, descuento que podrá compensar a la hora de suministrar al boticario solitario, el cual se menciona más abajo, naturalmente. Por el momento ha quedado claro el perfil del farmacéutico que nace.

Adentrémonos ahora en el mundo de la osadía, la pasión o la vocación que raya en locura, dadas las circunstancias. Si dispone usted de tres millones de euros puede optar por pegarse la gran vida o bien abonar esta suma por el traspaso de una farmacia. ¿Es eso vocación o es locura? Decidan ustedes. Vayamos al farmacéutico dickensiano. La orfandad es casi siempre una desventaja, así que el desamparado que quiera optar a la titularidad de una farmacia tendrá que reunir una serie larga de requisitos para concursar. Ahí ya no vale un cinco rascado, puesto que sólo puntúan las notas universitarias entre notable y matrícula. Posteriormente tendrá que demostrar años de experiencia como adjunto cuantos más mejor con un sueldo algo superior al de un mileurista. Un mínimo de la mitad de su salario conviene que lo dedique a cursos de formación, que también puntuarán a favor de su osada aventura. El siguiente paso es algo más complejo dado los tiempos de precariedad que corren, puesto que probablemente se vea obligado a atracar una sucursal bancaria y hacerse con un botín mínimo de 2.000 euros, lo cual requiere la capacidad de afrontar grandes riesgos como los que vienen a continuación (obviamente estamos tratando de descifrar el complejo perfil del farmacéutico que "se hace"). Una vez rellenado el pertinente formulario sin mácula, sus atributos serán valorados por una serie de individuos supuestamente capaces y sin vinculación alguna al negocio farmacéutico, al menos si ello fuera posible. Ahora viene el más difícil todavía. De entre los competidores a titular de farmacia rara vez se topará con aventureros de su misma especie, sino más bien de los otros, los que nacen boticarios con un marcado carácter inconformista y de una voracidad sin límites morales que la contengan. Por ejemplo, un titular de farmacia septuagenario, aprovechando la puntuación que le otorga toda una vida cotizando en la Seguridad Social, podría optar a la titularidad de una nueva plaza. Una vez logrado su objetivo, el anciano boticario perdería su antigua titularidad, y con el botín obtenido por el traspaso de su viejo local habrá tenido de sobra para adquirir un nuevo espacio comercial, el cual regentará su hija recién licenciada, primero como adjunta y siete años más tarde como titular.

Es una lástima que no puntúe la infinita vocación que demuestra el boticario dickensiano, a pesar de los nuevos matices regulatorios introducidos por el nuevo Govern, el cual ha dado un giro de 360 grados al anterior. De lo que no cabe duda, es de que el farmacéutico forjado a base de codos que aspira a una titularidad, descubrirá por fin por qué durante el bachiller le obligaron a leer La metamorfosis de Franz Kafka.

* Empresario.