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Norberto Alcover

Woody Allen: el hombre irracional

Woody Allen es un tipo relevante en mi vida. Cuando le conocí, fílmicamente hablando, estaba en una cola de cine y no paraba de hablar de forma compulsiva, aquel hombrecillo que tan perfectamente representaba la terrible inocencia del judío descreído pero con toda una cultura pegadita a sus gafas negras. Más tarde, me sumergió en ese universo agotador de los delitos y faltas humanas, haciendo saltar algunas de mis seguridades torpemente adquiridas. Era 1989, acababa mi estancia en Valencia y estaba a punto de iniciar mi periplo centroamericano: de pronto, al salir del cine, percibí que tampoco yo era capaz de trazar una línea tan recta como pensaba a lo largo de mi vida, y es que estaba trucada, la pretendida rectitud, de imponderables, el as en la manga de este tipo menudo y enorme. Un día, aunque el film era de 1988, tuve que presentar un visionado de Otra mujer, y la relación entre amor y pasión intelectual me fascinó, porque caí en la cuenta de que este duetto hincaba sus raíces en una zona nuclear de mi búsqueda de la felicidad. Y en fin, hace semanas, un tal Phoenix me transportaba hasta el cansancio del culto a la racionalidad y la urgencia de una irracionalidad ambivalente. Quiero decir que caminé hasta mi casa preguntándome si no habría caído yo mismo en idéntico error que el profesor Abe: derrumbarse en el abismo de la creatividad y en detrimento de lo establecido. Piensen también en Jill. En una palabra que, al celebrar los 80 años de Allen, lo revisitaba y me dejaba seducir por su incansable ironía y su punto de cinismo bonachón. Allen cree en la gente. Es uno de los últimos cineastas de su generación que disfruta de vivir y además vive como le da la real gana. Una maravilla.

Pero lo que de verdad me importa en este breve texto periodístico, es invitarles a que también ustedes revisiten al tipo del clarinete y su piececito llevando el compás con una cadencia casi científica. Es tal el cúmulo de barbaridades que se nos echan encima, de todo tipo y a todas horas, que "hay que volver a Allen" y serpentear por las habitaciones entrecruzadas, cámara en mano, de sus películas. Hay que permitirse el lujazo de pasear por nuestras vidas con esa libertad metódicamente irracional que tan bien maneja en sus personajes el judío interrogante. En una palabra, hay que volverse, con frecuencia, personas cuya irracionalidad anda suelta. No fracturándose la inteligencia para eliminar a un señor que sobra y en beneficio de los demás, cualquier venenito sirve, pero sí desobturando el visor de nuestro corazón y meterse en esas zonas que la sociedad maldice? por un pudor insolvente. Para que me entiendan, hay que transitar desde la angustia de los filósofos nórdicos y alemanes, a la pasión desbordante del crimen un tanto apasionado. Podrá parecer exagerado, pero un poquito de crimen nos viene bien para enfrentarnos a la vida ? con tal que no acabemos descubiertos. En realidad, también le sucedía a Otra mujer, aquella Gena Rowlands excepcionalmente fotografiada por Sven Nykvist en su primera luminosidad al servicio de Allen. En fin. Cosas en las que siempre soñamos pero nuestro puritanismo mental, que no religioso, nos censura agónicamente. Cuántos límites nos impone la falsa virtud de ser modélicos según la sociedad nos exige. Qué desgracia.

Vuelvan a Allen y déjense llevar alguna vez por la irracionalidad, lo más opuesto al tecnologismo actual: cada chip en su sitio y un sitio para cada chip, sin error posible, porque entonces te llamarán "idiota digital". Pues seamos idiotas digitales y recuperemos la sublime belleza de enviar una carta autógrafa a cualquier amistad que valga la pena. Imitemos un tanto esa perplejidad con que tantos personajes interpretados o no por Allen discurren una y otra vez sin acabar de saber en dónde acabarán. Aunque parezca lo contrario en esa delicia corrompida que es Match Point, uno de los films más inteligentes del hombre del salacof. No solamente pongamos luces en Navidad, porque lo importante es ser luminarias en las calles todos los días del mundo. Luminarias irracionales y a la vez conscientes en medio de cajas y cajas de inútiles regalos. Que esta es la función del cine de Woody a lo largo de los años.

Por cierto, si un tipo así ha llegado a los 80 tan lúcido y genial, ¿por qué tantos referentes completamente opuestos? Dejémonos de cultos siempre racionales para sumergirnos en cultivos de la realidad tan divertidos como un niño en un pesebre. Vaya por Dios.

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