No juzgaremos. Respetaremos el consejo y la voluntad del obispo, daremos margen y tiempo a la investigación y reservaremos esta grave tarea para las esferas correspondientes, pero contemplaremos los hechos, intentaremos interpretarlos y sacar algunas consecuencias porque esta sí es tarea y responsabilidad del periodista.

De repente nos encontramos con una diócesis, con conocidas dificultades de subsistencia, que se ve vapuleada y dejada en entredicho por la actuación personal, cuando menos confusa, de su prelado. No es un efecto diabólico. Son, con toda probabilidad, miserias de la condición humana que sin embargo exigen reparación, clarificación y dignidad. En beneficio de todos, fieles, cargos eclesiásticos, el propio obispo y aún la misma sociedad civil. Javier Salinas necesita reconciliarse con su diócesis, acomodar su mitra a la realidad y, a partir de ahí, aprovechando la misericordia a la que tanto apela él en estos días, al inicio de su año jubiliar, recuperar la normalidad y la confianza. Pero sólo podrá hacerse desde la verdad y la sinceridad. La convivencia con la mentira es incompatible con creyentes adultos y curas desmotivados.

A lo mejor es una simple cuestión de aromas. Si es así, bastará con renunciar al perfume de la burguesía y dejarse contaminar, de verdad, por el olor de oveja que tanto exige el papa Francisco. Cuando un obispo se deja encandilar por las artificiales solemnidades profanas, corre el serio peligro de desmerecer la trascendencia de la liturgia que oficia. O la autoridad que personifica. Por muy revestido de pontifical que vaya. En esta tesitura parece encontrarse ahora mismo Javier Salinas. El Vaticano ha abierto un proceso de investigación sobre la verdadera condición del vínculo que ha mantenido el prelado de Mallorca con una integrante de su equipo de colaboradores más próximos. El proceso se ha abierto a partir de las quejas elevadas por el entorno familiar de la mujer que hasta hace poco ha ocupado una secretaría episcopal y en buena parte es consecuencia de las pesquisas encargadas a detectives privados y de una ruptura matrimonial. No es un guión cinematográfico. Es la constatación de que no todo es plasticidad monumental a la sombra de la Seu. Por eso Javier Salinas no puede ensayar, como parece, una salida de película. Debe actuar a partir de la realidad mundana que le afecta.

Quien ha tenido tolerancia cero desde el primer minuto de la investigación de casos de pederastia que han salpicado a los sacerdotes bajo su autoridad, necesita ahora, imperiosamente, aclararse consigo mismo y explicarse ante la plebe. Que no se preocupe. No habrá lapidación. La sociedad es más comprensiva y tolerante de lo que se suele presumir desde los despachos curiales, pero para conceder tales gracias necesita saber porqué un obispo corre hacia Roma sin dejar justificación de ello a su consejo episcopal y porqué a su regreso no rinde cuentas solventes de su comportamiento y lo abandona todo a la libre interpretación. O si tiene alianzas.