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Columnata abierta

El regidor alegre

La semana pasada medio centenar de representantes de clubes de tercera edad tuvieron la insolencia de interrumpir el pleno del ayuntamiento de Palma en varias ocasiones. Abroncaron al equipo de gobierno, y por poco no tuvieron que ser desalojados de la sala por gamberros. El alcalde se tuvo que emplear a fondo contra estos vándalos, y les tuvo que recordar su edad al pedirles que dieran ejemplo y se comportaran como los abuelos que son. En lo últimos años han proliferado este tipo de manifestaciones en los plenos de Cort. Silbatos, insultos, pancartas, gritos, interrupciones continuas de los discursos de los regidores? ya es hora de poner fin a tanto tumulto disfrazado de libertad de expresión. Se precisa mano dura con estos energúmenos, y que algunos pasen de los setenta no sirve de excusa.

Cuestión muy distinta sería que estas decenas de ancianos se reunieran en la plaza de Santa Eulàlia, y que a la voz de su líder, irrumpieran en las oficinas municipales, se saltaran los arcos de seguridad, enfilaran rectos las escaleras, ascendieran hasta el segundo piso, invadieran el área de alcaldía bien visible desde el pasillo porque la separación es de vidrio derribaran a empujones a la secretaria de José Hila, accedieran al despacho de trabajo del primer edil, se sentaran en su mesa y lanzaran sus papeles por los aires. Esta bulla no tendría nada que ver con lo que venimos entendiendo como una alteración del orden público. El asalto constituiría simplemente una forma de desobediencia civil, que en palabras de la teniente de alcalde Aurora Jhardi es "un mecanismo de lucha utilizado históricamente con el que se han conseguido grandes avances sociales". Así defendía hace cuatro meses a su compañero de partido y de consistorio, Aligi Molina, condenado en firme por un delito de desobediencia y una falta de lesiones al allanar de la manera descrita el despacho del conseller de Educación. Molina se negó a pagar la multa, y Jardhi no sólo justificó su conducta sino que la calificó de ejemplar.

A Molina no se le puede dar duro en una columna porque se corre un doble riesgo: que se venga arriba y las líe aún más gordas, o que se ponga colorado y comience a comportarse como un adulto con responsabilidades públicas, con lo que perderíamos un personaje impagable para escribir artículos los días que apetece sonreír. Así que procederemos con dulzura, porque Aligi Molina es un concejal que da espectáculo. Cada vez que sale al campo sabes que habrá goles, aunque sea difícil predecir en qué portería meterá la pelota. Esta incertidumbre alguno la traducirá en un riesgo de marcar a menudo en propia puerta, pero no es así. Cuando el mayor hito en el curriculum de un regidor es haber entrado a hostia limpia en un despacho oficial, sus éxitos se contabilizan de otra manera. En el fondo los periodistas lo saben, por eso cuidan las informaciones sobre esta joya de la cantera de Podemos, para no quemarla antes de tiempo y quedarnos sin sus filigranas geniales.

Durante los últimos cuatro años se había venido celebrando por estas fechas en Palma un marcha popular contra la violencia de género. Unas dos mil personas se sumaban a la caminata, todos los grupos municipales firmaban un manifiesto de apoyo, y a él se sumaban otras 250 asociaciones y entidades que componían el Pacto contra la violencia de género. Francamente, se me ocurren mil eventos en Palma para cancelar antes que éste, pero lo mejor de todo es la explicación que ha dado el regidor de Igualdad, Juventud y Derechos Cívicos, el genial Aligi, para cargarse esta marcha: "Això no ès un acte esportiu ni de grans marques. A la foto de presentació veurà dotze homes i només tres dones. I l'altra característica són les grans marques comercials". La frase me resultó tan bizarra, incluso para Aligi, que me tomé la molestia de buscar la foto en la hemeroteca. En realidad aparecen once hombres y cinco mujeres, pero Aligi es de letras, como yo, y tampoco nos vamos a poner quisquillosos con los números. A lo pies de estas 16 personas se ve un cartel con 16 logos de instituciones públicas colaboradoras y patrocinadores privados. Todos son de un tamaño similar, y representan a una ONG, un hospital, una empresa pública, una fundación bancaria, una emisora de radio, un acuario? y así hasta descubrir el horrendo crimen a reparar: en igualdad de condiciones con el resto, aparecen El Corte Inglés y Coca-Cola.

Está claro que Aligi es un tipo descacharrante, fandanguero y jocundo a más no poder, pero la anécdota revela un modo de entender la política tan alejado del sentido común y de la gente normal que le podría votar, y a la que también representa, que pierde toda su gracia. Es curioso dejar de celebrar una marcha contra la violencia de género para que quede clara tu postura ante el consumismo y el imperialismo americano. Es insólito reivindicar el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui ante miles de niños boquiabiertos que esperan el encendido de las luces de Navidad. Es chocante demoler un monumento que ya no ofende a los que tendrían derecho a sentirse ofendidos. Es extraño mover bustos y descolgar crucifijos en plena noche, y es sorprendente buscar la manera de desmantelar cuatro terrazas mayormente pacíficas entre los ciudadanos. Estas ocurrencias son fruto de las ganas de satisfacer a una minoría de votantes. Por eso resulta tan conveniente que en democracia gobiernen partidos que, aunque no sean mayoritarios, tengan vocación de serlo. Porque sus representantes se cuidan más de hacer cosas raras, o de utilizar las instituciones como juguetes para que te jaleen los compañeros de asalto.

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