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Soma electoral

Cuando lean esto, les quedarán poco más de 48 horas de tranquilidad. Porque el viernes empieza la campaña electoral de las generales. Todos los partidos saldrán a la calle y a los medios de comunicación -en realidad llevan ya unas semanas- para pedirles el voto. A cambio, el Paraíso, la Arcadia feliz, la Utopía, la Edad de Oro. Todo irá bien. Las propuestas de las diferentes formaciones harán que el país se transforme: mejores servicios, menos corrupción, más justicia, dinero o educación. Le tratarán como aquel padre que, ante un niño temeroso de tomar una decisión importante, le acaricia la cabeza y le dice: "No te preocupes, confía en mí; nada puede salir mal". Y en esas estaremos durante los próximos quince días. Pero vivir en ese estado de felicidad y armonía perpetuas tiene un precio.

Una de las promesas que ya hemos oído es la de eliminar la asignatura de religión del horario lectivo en los colegios públicos y privados. El objetivo es "promover una escuela pública laica, donde no quepan las enseñanzas confesionales". Así que la religión, si se imparte, quedará relegada a las actividades extraescolares. Pretenden eliminar de un plumazo el estudio del "conjunto de ideas, principios o convicciones de una persona o grupo". Principalmente del cristianismo. Una barbaridad con la que algunos están enormemente satisfechos pensando que así se acaba con el adoctrinamiento en las aulas: quien quiera religión, que vaya a la iglesia o a misa. Pasando por alto una falsa analogía que puede empeorar en mucho la preparación de nuestros alumnos.

A Occidente le ha costado siglos de sangre, sudor y lágrimas la separación entre Iglesia y Estado. Una lucha para que los curas dejaran de meterse en las decisiones políticas o en la vida privada de los ciudadanos que no están dispuestos a acogerse a su doctrina. A día de hoy, nadie en su sano juicio aprobaría a predicadores en nuestras escuelas públicas enseñando a los chavales que la homosexualidad es una enfermedad, que la esposa debe complacer al marido o que Dios no quiere que utilicen el preservativo. Sin embargo, no permitir todo eso tiene poco o nada que ver con borrar del currículum educativo las ideas que conforman la base del catolicismo o de cualquier otra religión. En realidad, lo que debería hacerse es fomentar su estudio, el de la historia y creencias de todas las confesiones.

Europa, sus instituciones, su pensamiento y sus valores no se entienden sin los cimientos del cristianismo. Por no hablar del arte, la música y la literatura. ¿Se pueden comprender o apreciar igual la Catedral de Santiago, el Jardín de las Delicias de El Bosco, la poesía de Santa Teresa, el Mesías de Haëndel o la Capilla Sixtina de Miguel Ángel sin conocer las ideas y creencias que los inspiraron? La respuesta es no, aunque una sospecha que quienes quieren arrinconarlo piensan que en realidad tiene poca importancia. ¿El Corán alenta a matar infieles o es sólo una interpretación? Los espectadores, oyentes o lectores de los debates que estos días copan los medios de comunicación serían mucho menos manipulables si hubieran estudiado el libro sagrado de los musulmanes.

Y así nos luce el pelo, entre quienes quieren que los jóvenes no sepan Filosofía y los que pretenden privarlos del estudio de la Religión. Justamente las dos disciplinas que a lo largo de la historia han servido para dar respuesta a las cuestiones más trascendentales de la existencia humana. Kant -tan de moda en los últimos días-, al formular sus ideas respecto a la moral y la ética, sostiene que los fundamentos de las normas que deben regir el comportamiento humano son difícilmente separables de las creencias religiosas. ¿Por qué debemos obrar correctamente? ¿Qué es lo justo? Las fronteras entre el pensamiento y las convicciones es más bien difusa.

En Un mundo feliz, Aldous Huxley nos describe una sociedad cómoda, consumista, estable y segura. El único pero es que está compuesta de esclavos que aman su servidumbre porque han sido inducidos a no cuestionar ninguna de las sugestiones que, desde pequeños, han recibido de la clase científica dominante. Cuando, en su vida cotidiana, se presenta alguna circunstancia que entra en contradicción con esos dogmas y se produce una disonancia entre lo que experimentan y lo que han aprendido, la solución es el soma -una especie de droga que les devuelve al estado de dicha y paz perennes-. De esta forma no hay que pensar. Prohibido cuestionarse nada. La inquietante distopía de esta novela va camino de hacerse realidad si seguimos consintiendo que arranquen del sistema educativo las materias que pueden ser útiles para entender el mundo en que vivimos y hacia dónde deberíamos ir. Eso nos hace más ignorantes, manipulables y miedosos. No nos equivoquemos: la respuesta está en la cultura y el pensamiento crítico, y éstos no son desligables de la Filosofía y la Religión. Todos los planteamientos que se les alejen no son sino otra forma de suministrarnos soma.

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