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El fracaso de Bélgica

Bélgica, un país con débil administración, ha protagonizado un episodio altamente alarmante, que ha bordeado el ridículo, con ocasión de los atentados de París del pasado día 13: las autoridades belgas, conscientes de la existencia en los arrabales de Bruselas de guetos islamistas de los que han salido algunos de los activistas que han atacado la capital francesa, han reaccionado con un rigor policial extremo, sin conocer quién era su enemigo real ni donde se ocultaba en concreto, llegando a paralizar las circulaciones urbanas de la capital, que ha vivido en tensión muchos días, en la máxima alerta policial y en situación de estado de excepción. Sin transportes públicos, sin actividad, sin colegios? Es evidente que tal conducta alarmista, claramente injustificada, que ha producido numerosas detenciones arbitrarias de personas que tenían que ser puestas en liberad sin cargos poco después, ha hecho el juego a los terroristas, que, además de sembrar la devastación y la muerte, buscan extender el terror y el desconcierto entre las sociedades occidentales para ablandarlas y sumirlas en la incertidumbre. Bélgica ha demostrado así no ser un país moderno, ni poseer las estructuras de defensa del Estado que son propias de nuestro ámbito de desarrollo político. Lo grave es que, por razones más geográficas que políticas, la inane y difusa Bélgica es capital de la integración europea. Todo un símbolo de la falta de consistencia del proceso de unión.

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