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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Decrepitudes morales

Maruja Torres ha publicado un libro en el que conversa largamente con una de las personas más significadas de las coaliciones municipalistas en las que participó Podemos en las pasadas elecciones locales: la juez Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, de Ahora Madrid. Las palabras más destacadas por la prensa se corresponden con el pasado verano en que se criticó muy duramente a la alcaldesa por aspectos tan poco públicos como las circunstancias de sus vacaciones familiares. En las mismas quizá podrían también haber influido el relato de las peripecias empresariales de su marido después de cerrar su despacho de arquitecto y desprenderse de forma conflictiva de sus empleados. Carmena, refiriéndose a su vivencia personal como alcaldesa dice "Me puede. Todo esto es absolutamente excesivo. Me desborda. No soy feliz? Si pudiera rebobinar a febrero pasado mantendría mi 'no' inicial a presentarme por Ahora Madrid". Tras el impacto periodístico que han supuesto sus declaraciones y preguntada de nuevo sobre su estado emocional ha dicho hace tres días: "Estoy feliz". Cabe preguntarse cuándo es más sincera, si hablando relajadamente con Torres, una periodista que no dudo en calificar como "cómplice", o cuando debe afrontar el revuelo causado por sus palabras.

Yo apostaría por la sinceridad en su conversación con Torres. Su rectificación periodística creo que tiene que ver con el paripé necesario para poder seguir ejerciendo las funciones a las que se comprometió con los ciudadanos que la creyeron y la votaron. Pero el caso ilustra la contradicción permanente entre la persona y el personaje en la que se ve envuelta cualquier ciudadano/a, entre el ámbito privado y el ámbito público. Esta contradicción será tanto más acerba cuanto más relevante sea la función pública desarrollada, especialmente en el terreno de la política, donde tienen consecuencias para el futuro del actor no solamente las actuaciones en el ejercicio de la representación pública, sino también aquellas que se deriven del conocimiento público de su vida privada. Es por eso que el ejercicio de lo público es inseparable del ejercicio de actor; y en el ejercicio de la política se pueda distinguir entre actores buenos, en los que no se aprecian cesuras entre sus motivaciones personales, sus pensamientos y sus obras; en que su actuación se corresponda con un relato coherente con la representación demandada por los espectadores; y entre actores malos, en los que nada de todo esto se cumple. Manuela Carmena es, sin duda, una excelente persona, cargada de buenas intenciones, pero una mala actriz, mala política. Cuando hablaba sincerándose con Torres no sabía que debía estar representando un papel; no se sabía el papel. No se trata de decrepitud física ni moral sino desconocimiento de las reglas del juego social. Y sí, Lorazepam para la ansiedad y Flunitrazepam para el insomnio. Y no, no se puede estar en política sin representación, sin personaje. Ni vieja política ni nueva política. No somos los mismos cuando estamos solos que cuando nos miran o creemos que lo hacen. Seamos republicanos de EE UU o dirigentes de Podemos.

Tras haber calificado Felipe González las propuestas de Podemos como de "discurso franquista", la respuesta de Iglesias ha sido vitriólica: "La decrepitud no es algo físico, sino moral. Debería ser más respetuoso consigo mismo, con lo que representa como figura histórica". No sé a qué se refiere exactamente Iglesias cuando ataca a González aludiendo a su decrepitud moral. ¿A que es amigo de poderosos, como Carlos Slim?

¿A que vive en el barrio de Salamanca?¿A que su vida social incluye fumar Cohibas y remojarse desde un yate las corvas en el mar?¿A que se ha casado con una señora bien? Uno puede estar más cercano o más lejano a las posiciones sociales de González, pero de lo que se está discutiendo no es de la vida privada de las personas, sino de política. Y si hablamos de política estaría bien que lo hiciéramos con argumentaciones políticas y no con descalificaciones personales. Se coincida o no con González, es el mismo que gobernó España durante catorce años. Con errores, algunos importantes; pero también con aciertos que impulsaron al país hacia la modernidad y Europa. Entonces pareció que existía algo llamado política exterior y voz española en Europa. Es impensable pensar que González a su edad, setenta y tres años (en la que muchos políticos europeos han dado lo mejor de sí mismos) y con su bagaje político no sea una de las personas a las que conviene, como mínimo, escuchar. La figura de Pedro Sánchez ahora no resiste la comparación con el González de ahora. Puedes estar lejano a sus posiciones políticas pero acusarle de decrepitud moral es de una bajeza moral y política nunca vistas.

Produce malestar, si no indignación, escuchar a Iglesias, este Savonarola de Vallecas, el mismo que hace unos pocos años impedía con sus correligionarios hablar a Rosa Díez en la Complutense, en un escrache propio de un grupo fascista, documentado por un vídeo al alcance de cualquiera en youtube, proclamar que "Los demócratas no tenemos miedo de preguntar a la gente. Si España tiene que ir a la guerra es una decisión suficientemente importante como para preguntar a los españoles si los soldados españoles deben arriesgar o no su vida". Es decir, si el resto no somos partidarios de hacer un referéndum para preguntar a los ciudadanos si tenemos que entrar en guerra para defendernos del terrorismo islamista que golpea en España, Francia, Inglaterra, Túnez, Mali, Irak, Siria, Afganistán, etc., es que no somos demócratas y tenemos miedo de preguntar. Como si la utilización de un instrumento de participación como el referéndum, por otra parte tan utilizado por las dictaduras, como la franquista, fuera la prueba del nueve para determinar las credenciales democráticas de la gente. Un referéndum requiere claridad entre dos únicas alternativas posibles relativas a asuntos muy concretos con unas consecuencias muy acotadas y explicadas, más allá de los matices propios de las resoluciones típicas de la democracia deliberativa, que lo hacen instrumento inadecuado para la toma de decisiones con implicaciones de todo tipo, como las relacionadas con los impuestos, que afectan a todo el sistema de prestaciones de servicio público del Estado; o como las que tienen que ver con la propia supervivencia de la democracia misma. A los políticos se les elige para que tomen decisiones en las cuestiones complejas, no para que eludan su responsabilidad amparándose en los ciudadanos. Se les juzga en los procesos electorales. Es realmente extraordinario cómo autoproclamados comunistas de toda la vida, es decir, impugnadores de la democracia liberal, utilizando la demagogia más descarada, pretenden dar lecciones de democracia a quienes no están dispuestos a rendirse a la barbarie islamista. Los mismos que supurando revanchismo y sectarismo niegan la posibilidad de un referéndum en Palma para decidir el futuro del monumento de sa Feixina. ¿Cómo se atreven a hablar de decrepitudes morales?

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