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Norberto Alcover

Europa ante el Islam

En un momento dado, Bin Laden dijo admonitoriamente que, tras algo inesperado que sucedería en territorio yanqui, los norteamericanos no volverían a dormir en paz. Y sucedió aquello tremendo de las Torres Gemelas: el sueño norteamericano tuvo que recurrir a los ansiolíticos, mientras desde el Pentágono se expandía una ola tormentosa de investigación, delación, control, sospecha, miedo y en fin desconcierto. Tras el caos vietnamita de antaño, Estados Unidos volvía a encontrarse con un segundo caos, pero éste dentro de la propia casa.

El Islam heterodoxo daba su primer gran aldabonazo en territorio occidental y nuestro sueño, desde EE UU, perdía la consistencia anterior tal y como había pregonado el barbudo desaparecido más tarde. Después siguieron más atrocidades en un sitio y en otro, pero ya de forma más globalizada y agresiva, toda vez que las primaveras arabes se vinieron abajo y los grupos islamistas radicalizados aprovecharon la situación para presentarse en sociedad. Hasta que el desastre sirio, apoyado por la división entre los socios occidentales, dejó el campo abierto a un misterioso Ejército Islamista (ISIS) dispuesto a recuperar el territorio antes musulmán e imponer una forma de vivir, en todos los ámbitos de la vida, completamente supeditada a la Sharia o ley coránica.

El punto de llegada, hoy por hoy, es lo sucedido en París hace pocos días, entre el estupor de propios y extraños: la madre moderna de la democracia, de los derechos civiles, del republicanismo ideológico, del feminismo más europeo, y en fin, de la libertad, asesinada sin mesura por unos grupos de fanáticos que formaban parte de su admirada ciudadanía junto a algún colaborador venido de muy cerca. Francia experimentaba una vergonzosa humillación. Y con ella, Europa entera. El enemigo, ya aparecido en Nueva York, Madrid y Londres, estaba en París. El futuro de la gran Europa temblaba. Los hombres de negro acababan con cualquier irenismo al uso. Solamente queda reaccionar de forma proporcional al daño causado. Que sabemos perfectamente cuál es.

Cuando escribo estas líneas, ya se han proclamado todas las posibles y hasta probables reacciones políticas, militares y económicas, y muy tímidamente religiosas, como si éstas carecieran de importancia: para nosotros, occidentales secularizados, lo religioso lleva décadas perdiendo enteros históricos, pero resulta que el buenismo que hemos acumulado no ha conseguido apaciguar la versión terrorista de un Islam dispuesto a ganarse el cielo y sus huríes precisamente por su fe radical en Alá y la correspondiente aniquilación de los infieles. Frente a nuestra desvalida secularización ilustrada, se harta de darnos sonoras bofetadas un modo religioso dogmático a ultranza, totalitario hasta las cachas, y por supuesto que no admite competidor alguno.

No se trata de que maldigamos al Islam en su versión pacífica y fraternal, en absoluto. Pero se trata de que el mismo Islam se tome como cuestión propia y urgente lo que sucede, pues pienso que los bueno creyentes en Alá son los primeros interesados en no confundirse con los compañeros asesinos. Y no basta con unos rezos en alguna mezquita. Se hace necesario que los imanes y consabidas autoridades pidan perdón públicamente y sin rodeos en nombre del mismo Alá a las víctimas de tanta blasfemia, según el papa Francisco. Por una vez, nosotros, en este caso los franceses, debieran solicitar de los representantes musulmanes gestos explícitos de fractura objetiva con los destructores morales de su misma fe. Sin ambages. Sin medias tintas. Porque de lo contrario, nunca llegaremos a saber de verdad cuál es su actitud religiosa y ciudadana ante lo que está sucediendo en unos países que se han limitado a abrirles sus puertas para convivir en todos los órdenes de la vida.

Los musulmanes que habitan en Europa, no están en Arabia Saudí, es un decir, porque están en una tradición judeocristiana más o menos explícita. Que ha dado a luz la libertad como valor fundamental de las estructuras sociales. Lo más curioso, y lo repito, es que tal libertad nos haya llevado a dejar a un lado, cada vez más, uno de sus orígenes, el cristianismo, junto a la Ilustración. Pero ésta es otra historia un tanto irremediable. Nos han pillado vaciados de valores, de razones para vivir€ y para morir, por mucho que nos duela. Y nuestra Europa lo sabe pero le da vergüenza reconocerlo. Solamente con flores en la plaza de la República y funerales en Notre Dame, no se solucionan las cosas. Si Europa no recupera con urgencia los valores que la hicieron significativa, acabará arrasada por el tsunami del terrorismo yihadista.

Hemos perdido la antigua creatividad de nuestro sueño, como ya la perdieron los norteamericanos. Al final hemos coincidido en las consecuencias de nuestros errores internacionales: tiembla nuestro suelo y deseamos ver fusiles, llevados por nuestros soldados, en los aeropuertos. No sea cosa que€ No lo decimos, por un vergonzante prurito democrático, pero lo pensamos. Una vez más, nos molestan los uniformes salvo si están ahí para cuidarnos, a nuestro servicio. Somos insaciables. ¿Haremos algo inteligente, en común, más allá de procesos electoralistas, y obligaremos a nuestros grupos políticos a definirse en esta delicada cuestión?

Mientras tanto, ellos, los asesinos, se mueven entre nuestra confianza para perpetrar sus crímenes. No se trata de aplastarlos, porque no es ético, porque nunca lo conseguiremos y además acabaríamos en un conflicto mayor. Se trata de pensar, pensar mucho más, que tal es la labor fundamental del político antes de tomar medidas. Pero tras pensar, actuar.

Y ha llegado la hora, como ya escribí, de que los llamados "países musulmanes amigos de Occidente" pongan sus cartas sobre la mesa y nos digan con claridad dónde están posicionados en este conflicto. Porque muchos apenas condenan sin subterfugios y solamente nos regalan unas palabras piadosas para repetirnos una y otra vez que "estos criminales no representan al Islam auténtico". Pues que tomen medidas concretas, perceptibles y de las que suscitan confianza internacional. Sobre todo en sus mezquitas, que custodiamos con tanto respeto.

El futuro de Europa y de Occidente hace días pasaba por París, como antes pasó por Nueva York, Madrid y Londres, y puede que siga pasando por otros lugares apetecidos por los criminales yihadistas. O tomamos buena nota o un día nos levantaremos con una enésima explosión en nuestras narices. Y será difícil escapar a sus efectos. Será la explosión de una Europa venida a menos porque quiso ser democrática pero en absoluto valiente. Y sin una democracia valiente, dejaremos de ser nosotros mismos. No es grato escribirlo, pero es una obligación moral en este preciso momento.

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