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Eduardo Jordà

Tantos años después

Si tuviéramos que creer muchas de las cosas que se dicen y que se publican ahora mismo, cuarenta años después de la muerte de Franco seguimos viviendo en un país repulsivamente franquista. Por lo que parece, el franquismo sigue guiando la vida y las opiniones de jueces, militares, políticos y empresarios. Puede que por fuera el discurso sea distinto, pero si se hurga un poco en el interior de estos personajes -en lo que sienten y piensan-, enseguida asoma su repugnante hocico el franquista de tomo y lomo que todos llevan dentro. Y lo más curioso es que muchas de las personas que afirman estas cosas no conocieron el franquismo porque nacieron en los primeros años de la Transición. Pero da igual que se cite este pequeño detalle, porque nada les hará cambiar de opinión.

Aunque parezca mentira, este discurso cuela y se extiende con mucha facilidad. De hecho, muchas críticas a la Constitución actual se fundan en que es una Constitución aprobada por "los herederos del franquismo". Cualquiera que haya conocido de verdad el franquismo se debería dar cuenta enseguida de que todo esto es un camelo, pero incluso gente que vivió el franquismo sufre ahora una especie de trastorno de la memoria y empieza a decir que sí, que no ha cambiado nada en todos estos años y en el fondo seguimos igual. No hace mucho, por ejemplo, Lluís Llach dijo que si no ganaban las elecciones catalanas los partidos independentistas, él se iría a vivir al Senegal porque estaba harto de sufrir la intolerable opresión de este estado neo-franquista que pisoteaba su patria. Lluís Llach se ha declarado abiertamente homosexual, y a diferencia de lo que ocurría en los tiempos de Franco -en los que podía ser perseguido y encarcelado-, ahora vive en un país en el que existe el matrimonio homosexual y no hay ninguna clase de discriminación hacia los homosexuales. Pero en el Senegal un artículo de la Constitución permite encarcelar a los homosexuales con condenas de hasta cinco años de cárcel, y el gobierno usa bandas de matones armados que persiguen y apalean a los escasos homosexuales que se atreven a dejarse ver por la calle. Y aun así, Lluís Llach -que sí conoció el franquismo y lo sufrió y lo odió- dice que estaría mejor en Senegal antes que vivir en un país que forma parte de la Unión Europea y que tiene una legislación en materia de costumbres de las más avanzadas del mundo. ¿Por qué? Porque el franquismo, en su opinión, aún perdura entre nosotros y en el fondo sigue controlando España.

Todo esto es asombroso. Tenemos generales que han presidido el Alto Estado Mayor y que ahora, al pasar a la reserva, se han incorporado a las listas electorales de Podemos. Y tenemos jueces -varios- que también se han incorporado a Podemos. Y guardias civiles. Y profesores de universidad. Y más y más gente. ¿Cómo es posible que se diga entonces que seguimos siendo un país franquista? ¿Tan tontos nos hemos vuelto? ¿O es simplemente cinismo y ganas de confundir en estos tiempos de miedo y de confusión? Porque convendría recordar algunas cosas elementales: durante el franquismo se pasaba miedo, mucho miedo, incluso en los últimos años -a partir de finales de los 60-, cuando ya había iniciado su lento declive y las cosas empezaban a irse de las manos de sus dirigentes. En cualquier librería de entonces -pienso en la librería Tous de Palma, que ya no existe- todo el escaparate estaba lleno de libros de ideología marxista. Recuerdo incluso un título que me llamó mucho la atención: "Materialismo y empiriocriticismo", de Lenin. ¿Qué puñetas podía ser el empiriocriticismo?, me pregunté cuando vi aquel libro en el escaparate. Por aquella misma época estuve en Budapest -una ciudad que vivía entonces bajo el "socialismo real"-, y lo que más me sorprendió fue que no había ni un solo libro de temática marxista en las librerías. En cambio, en Palma había libros así por todas partes. Quizá el empiriocriticismo de Lenin -fuera lo que fuese- podría explicar ese misterio insondable. Porque uno podía comprarse tan tranquilo un libro de Lenin, pero cuando pasaba frente a un cuartel de la policía procuraba cambiarse de acera y caminaba encogiendo los hombros, intentando no llamar la atención.

Por raro que parezca, Franco murió hace cuarenta años. Y lo único que perdura de él es ese notorio y disparatado afán por proclamarse antifranquista cuando ya casi nadie sabe qué significa eso.

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