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La blasfemia

Las palabras de este magnífico papa Francisco son reconfortantes y abren un camino que trasciende de su exclusiva significación religiosa: "Quiero reafirmar con vigor -ha dicho Bergoglio este domingo en su alocución a los fieles tras el ángelus en el Vaticano- que el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad y que utilizar el nombre de Dios para justificar este camino es una blasfemia".

Efectivamente, así es. Las religiones del Libro, que son las insertas en los orígenes de nuestra cultura, deben ser instrumentos de socialización pacífica, de infusión de valores vinculados a la solidaridad, a la tolerancia con el prójimo, al respeto. Pero no siempre ha sido así, y no debemos engañarnos ni engañar a la sociedad que hoy padece el zarpazo de los radicales islamistas: las religiones han sido históricamente instrumentos de dominación utilizados por los poderosos con la complicidad de las jerarquías.

Francisco clama con coraje por el fin de la macabra paradoja que un sector de islamistas practica: la exacerbación de las creencias para excluir, demonizar y masacrar a quienes no están incluidos en el círculo infernal. Pero en honor a la verdad conviene saber de dónde venimos para poder fijar con precisión adónde vamos: no hace tanto tiempo que, en otra blasfemia incalificable, utilizábamos el nombre de Dios para expulsar a los heterodoxos de nosotros e incluso para quemarlos en la hoguera.

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