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José Carlos Llop

De lo que no hay que hablar

1. De Artur Mas. Prohibido hacerlo -y criticarlo- a todos aquellos que durante estos años han estado calladitos. O al revés, complacientes o encantados con él, disimularan o no. Yo podría porque empecé a escribir en su contra hace tiempo. Prácticamente desde el principio. No me gustaba; que ahora no guste es demasiado fácil. No me gustaba como no me gustaban, ni me gustan, los de su estilo. Conozco a varios. Si el mundo fuera justo -esa aspiración incompatible con la realidad- los tipos como Mas no llegarían adonde llegan. Y sin embargo llegan. Nuestra democracia está llena de ellos. De hecho, creo que Mas es el arquetipo de la mediocridad triunfante. De la mediocridad que parece una cosa distinta a la que es. De la mediocridad de los que gustan de estar por en medio. Por eso llegan y no quieren irse. Porque encajan en lo circundante, en lo que nos rodea y no cejan hasta lograrlo. Despegarlos de ahí es difícil.

Pero ahora Mas se la va a cargar, basta verlo, tan rígido. Ha empezado a cargársela, de hecho, y algunos de los que minan su autoridad son los mismos que lo han aupado y defendido: ´un dels nostres, aquest noi´. Habrá más; esto sólo ha hecho que empezar. Donde dije digo, digo Diego y tan contentos. El silencio a su alrededor -la ausencia de mirada crítica- ha sido en estos dos o tres últimos años apabullante. Y no hablo de la espiral del silencio, esa enfermedad nerviosa que se incrusta en las sociedades donde opinar diferente al poder es quedarse al margen. No: hablo de los que consideraban posibilidad de negocio y ahora vislumbran bancarrota. Hablo de los que, creyéndose a salvo, son tan comprensivos con estas cosas de la política -como si ésta fuera una suma de caprichos- y les dan una pátina distinta y arquean las cejas con los críticos, como diciendo, qué exagerados, no hay para tanto. Hablo de los aburridos que buscan las emociones fuertes donde no las buscaron de jóvenes -el mismo Mas, por ejemplo-, o de los que se han tragado, porque les convenía, la ficción escrita para Mas, que no por Mas, o€

De repente se han asustado. Lo que no se esperaban está aquí. Ellos eran de talante burgués y satisfecho, tranquilo y autosuficiente. Despreciativo con los que no son como ellos. Soñaban con un hijo embajador de Catalunya en EEUU y una hija consellera -perdón, ministra- de Sanitat. En aumentar las exportaciones y convertirse en patricios nacionales y el President su hombre de confianza y La Generalitat, su casa. Y de repente€ que viene la CUP. Que no es esto, no es esto -como Ortegas de medio pelo- y marcha atrás. Ay, que llega la revolución, proteged a las niñas y esconded dinero y joyas y llamad a Moncloa, que yo -dice cualquier cronista del Procés- pondré mi talento a vuestro servicio, como he hecho siempre. Y han empezado a tocar retirada y a ver en Mas, su hombre, ahora tan crispado, el caballo de Troya de la furia leninista. Aquí ya no hay espiral del miedo, sino miedo a secas. Por diez diputados, qué cobardicas, imaginen que sacan treinta. La cosa ya no está en Montserrat, sino en la estación de Finlandia, sueñan ahora entre sudores. Si no fuera por el magnífico Iceta y por Arrimadas -que estos días ha estado estupenda en el Parlament y no hablo de su físico-, de vivir en Catalunya y haber nuevas elecciones, yo votaba a la CUP. Sólo por ver cómo las caras de satisfecha displicencia de los que han jugado con fuego, empalidecen y amarillean aún más.

2. Del New York Times tampoco hay que hablar. De repente -todo es aquí a base de repentes- The New York Times ha dejado de ser la Biblia en la España periodística. Si publicaba un artículo con fotografías truculentas, donde nuestro país era un país de menesterosos buscando comida en los contenedores de basura, la verdad del The New York Times resplandecía con el fulgor de la espada flamígera del ángel que expulsó a nuestro primeros padres del paraíso. Quiero decir que en España todos vivíamos en un contenedor y el gobierno era como los ministros de Catalina de Rusia, que mandaban pintar paisajes idílicos -escenarios teatrales en el campo- para que la emperatriz, desde su carroza no contemplara la miseria en que vivían los mujiks. Repasen, si no, la prensa de aquellos días. Por no hablar de la reciente recepción de The New York Times a la traducción del libro de Vargas Llosa ´La sociedad del espectáculo´, donde el crítico literario empezaba su crónica hablando de los amores del escritor con Isabel Preyler. ¡En un artículo sobre un ensayo! Pues bien: fueron muchos los periódicos españoles -especialmente las ediciones digitales- donde se reflejó aquel inicio de artículo como noticia en la que regodearse. En fin.

Pero ahora The New York Times ha cargado contra la prensa española e inmediatamente su asociación de editores ha salido en defensa de sus intereses, poniendo en solfa lo que dice el periódico neoyorquino. O sea, que ya saben: a partir de ahora quien se escude en The New York Times, lo hace en una fuente dudosa. Por meterse con nuestros periódicos y su uso de la libertad. Que con todo lo demás, da igual.

y 3 (Post scriptum). De lo que no deberíamos hablar -ante los atentados de París- es de lo que hemos hablado hasta ahora. Qué pequeño queda todo -de Mas a The New York Times- frente al horror de la masacre y la única verdad de la danza de la muerte asolando las calles de París. Las mismas calles donde hemos sido felices y -pese al terrorismo- volveremos a serlo, cuando esto pase. Todos somos -aquí sí- un fragmento de París y la existencia de París forma parte de lo mejor de nosotros mismos. Como personas, como europeos, como hombres cultos y por tanto libres. Y eso es indestructible.

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