Diario de Mallorca

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Hartazgo, aburrimiento, hastío, cansancio, repugnancia: no hay sinónimos suficientes en nuestro diccionario para expresar lo que uno siente, lo que deben sentir muchos españoles, por lo que ocurre de un tiempo a esta parte en torno a Cataluña.

Si la actual legislatura, con esa mayoría absoluta de un PP acostumbrado a hacer oídos sordos a todo lo que viniese de la oposición o de la sociedad, nos parecía ya interminable, el debate en torno al proyecto independentista catalán, en una Europa que aspira a la unidad, colma el vaso de nuestra infinita paciencia ciudadana.

A uno le gustaría que pasase lo más rápido posible el tiempo que queda hasta las elecciones generales, a ver si se clarifica un poco el ambiente, o que al menos que se impusiese hasta ese momento un pacto de silencio en los medios porque tanto ruido, tanta confusión, tanto teatro grotesco, nos aturda e impide la mínima reflexión inteligente.

Pero es seguramente un deseo piadoso porque ese ruido conviene, aunque sea en desigual medida, a unos y a otros dado que a ambos gobiernos, el catalán y el de la Nación, les evita tener que hablar y rendir cuentas de su respectiva gestión; falta de explicaciones que sustituyen por un patriótico agitar de banderas.

Evita, por ejemplo, tener que hablar de una corrupción que, al socaire de la burbuja inmobiliaria y aprovechando la falta de control de las instituciones, tanto las nuestras como también las europeas, tan rigurosas en otros aspectos, ha llegado a alcanzar cotas que deberían avergonzarnos a todos como sociedad.

Evita también tener que dar explicaciones sobre una mal llamada reforma laboral que, en lugar de aumentar la competitividad cambiando de modelo productivo y reforzando la investigación y el desarrollo, ha elegido el camino más fácil: rebajas salariales y precariedad laboral.

O rendir cuentas sobre unas tasas de desempleo inigualadas y que sólo se ha logrado reducir en alguna medida, de lo cual se ufana absurdamente el Gobierno, porque muchos de quienes se quedaron sin trabajo ya ni se molestan en acudir a las oficinas de empleo, de las que nada esperan, o porque muchos jóvenes, sobre todo universitarios, eligieron el camino de la emigración sin que sepamos si volverán un día.

Evita igualmente explicar por qué una sanidad pública que fue el modelo en que se miraron durante algún tiempo otros países, incluidos algunos europeos, está cada vez más empobrecida, peor dotada, en beneficio sólo de empresas, algunas de ellas extranjeras, que ven en ese sector un negocio de futuro para sus accionistas.

Asimismo evita hablar de amnistías fiscales, del trato de favor a las grandes fortunas y a las grandes empresas, de las causas más que evidentes del progresivo debilitamiento del Estado benefactor.

O de la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza y de cómo aumenta de modo alarmante en todo el territorio nacional, al igual que en otras partes, el fenómeno de los "trabajadores pobres", es decir de quienes, aun trabajando y muchas veces en más de un sitio, no consiguen llegar a fin de mes.

El ruido en torno a la aventura independentista catalana, que tiene mucho que ver con el aprovechamiento indecente por parte de un sector de su clase política de una situación de precariedad y crisis que nos afecta a todos, va a continuar, nos tememos, mientras sea de provecho a quienes gobiernan en Madrid o Barcelona y tratan así de ocultar sus vergüenzas.

Ya es hora de que los gobernados expresemos bien alto nuestro hartazgo a unos políticos que, por la temeridad de unos y la cerrazón de otros, nos han llevado al borde del precipicio en una cuestión que a todos perjudica, vivamos donde vivamos, y que sólo podrá resolverse mediante la mutua comprensión y el diálogo.

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