Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jose Jaume

Nostalgia de la otra España

Ala infumable astracanada secesionista que se representa en Cataluña, se responde con la ridícula epopeya unionista en el escenario de Madrid. No hay forma de que entre el ruido y la furia pueda atenderse a lo que tiene que decir la otra España, la que pugna por emerger entre tanto despropósito y tan poca densidad política como la que se constata a ambos lados. Cuentan que Mariano Rajoy ha solicitado a Pedro Sánchez ayuda para frenar a los que le empujan desde su derecha a actuar en Cataluña con la mano dura que requiere la situación de emergencia nacional que quieren hacernos creer que estamos viviendo. La mano dura se materializa, para los cruzados de siempre en la vieja España, en la intervención de las instituciones catalanas. Un interdicto. Si es preciso, que para ellos lo es, en el encarcelamiento de Artur Mas y los principales dirigentes soberanistas por un delito de sedición. Escenario dantesco. Es el que noche tras noche martillean las tertulias de los medios de comunicación alineados con la derecha de siempre. A un mes y días de las elecciones generales es garantía de un incendio colosal.

Tampoco contribuye al sosiego el secretario general del PSOE afirmando que estamos ante la tesitura más grave de cuantas se han vivido en la España democrática. Hay que ser muy ignorante o muy insensato para hacer semejante declaración. ¿Se olvida Pedro Sánchez del intento de golpe de Estado del 23-F, ese sí un genuino golpe, o de lo acaecido el 11-M? Tal parece que Rajoy y Sánchez, abrumados por lo que les puede acontecer el 20 de diciembre, buscan cobijo el uno en el otro, sin atraverse a hacer lo que correspondería a dos estadistas. Ni el uno ni el otro lo son. Más bien se asemejan a políticos sin excesivas luces y menos perspectiva. Lo malo es que uno es todavía el presidente del Gobierno y el otro por ahora líder de la oposición. No están empadronados en la otra España, la que una y otra vez en los dos últimos calamitosos siglos de nuestra historia ha sido vencida y humillada, aunque siempre ha pugnado por hacer valer sus ideas ilustradas. Durante un momento, al iniciarse la Transición, se atisbó que la otra España podía, por fin, imponerse. Fue una ilusión vana: la perenne amenaza de los espadones hizo que lo que pudo haber sido se quedara en la mitad del camino. Hoy se están constatando las consecuencias de no haberlo recorrido en su totalidad.

Pero si en Madrid, "rompeolas de todas las Españas", como gustan de proclamar los viejos y nuevos cruzados de la indisoluble unidad de la patria, están llamando a filas, en Barcelona la astracanada llega a extremos de hilaridad francamente insospechados. Observar al partido de la burguesía catalana, la que siempre ha despreciado profundamente a lo que huela a Esquerra Republicana y no digamos a los recién llegados de las CUP, aliada con unos e implorando los votos de los otros es fascinante. La genética corrupción de Convergencia, el partido de Pujol y Mas (la misma corrupción que asuela al PP, el partido de Aznar y Rajoy), ha propiciado que el presidente de la Generalitat haya destrozado los consensos establecidos con la parte de la sociedad catalana que no es ni será secesionista optando por una colisión frontal con el Estado. Artur Mas consideró que las manifestaciones del 11 de septiembre, siempre masivas, marcaban el camino a seguir: había que cabalgar al tigre. ¿No sabía que el tigre no puede ser cabalgado? Lo comprueba al ver como son los acontecimientos los que le manejan, sin que sea capaz de controlar nada. Los secesionistas no obtendrán lo que buscan, pero sí han logrado dejar irreconocible el mapa político de Cataluña; están muy cerca de desmadejar el español, aunque éste se esté cuarteando sin necesidad de ninguna ayuda adicional.

La tesis de quienes sostienen que lo de Cataluña ayuda al PP a retener votos puede no ser la correcta; más bien al contrario: será una nueva factura a pagar por Mariano Rajoy. Cuando se vive una situación de excepcionalidad, y la que tenemos sin duda lo es, aunque no de la gravedad que enfatiza Pedro Sánchez, se requieren estadistas al mando. El 23-F hubo un par de ellos que supieron qué hacer. El primero, justo es reconocerlo, Adolfo Suárez, que estando de retirada y secuestrado en el Congreso de los Diputados, con su actuación, afortunadamente televisada, demostró que no se podía doblegar a la legalidad con un acto de fuerza bruta. El otro, el rey Juan Carlos. Seguramente todavía no se conoce la historia al completo, pero sí lo suficiente para saber que, al margen de lo que supiera o dejara de saber, paró el golpe. El 11-M no hubo nadie al timón. Quien debía estar no lo hizo. El resultado fue un drástico cambio de mayoría parlamentaria. La derecha todavía sigue sin aceptar plenamente que la responsabilidad fue suya y solo suya por mentir a sabiendas a los españoles.

¿Quién está esta vez dirigendo las operaciones? Si atendemos la secuencia de acontecimientos llegaremos a la desoladora conclusión que de hecho no hay nadie: el presidente del Gobierno, aparte de protagonizar ampulosas declaraciones, muy en su estilo, endosa la responsabilidad al debilitado Tribunal Constitucional, incomodísimo con la responsabilidad que se le otorga, al obligarle a que ponga en marcha las medidas coercitivas que solo al Gobierno corresponde ejecutar si estima que ha de hacerlo. El frente antesecesionista de PP-PSOE-Ciudadanos es una mala noticia. La buena es que es de cartón piedra. Es parte de la escenificación de la falsa y ridícula epopeya madrileña. Ante él se sitúa la astracanada catalana, no menos falsa y ridícula, además de descarado camuflaje para esconder, sin éxito, las múltiples vergüenzas del nacionalismo catalán encarnado en Convergencia. Solo Convergencia, porque Uniò, el partido de Duran Lleida, ha dejado de existir, como era previsible, aunque esos días esté muy presente en los vociferantes medios de la derecha expeditiva, la que clama por echar mano del garrote.

La otra España apenas es audible. Existe. Pero todavía no se la escucha. Tal vez después del 20 de diciembre se la atienda. Es imprescindible; sin Cataluña, España deja de existir.

Compartir el artículo

stats