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Joaquín Rábago

Apoyar a los países de procedencia

Hay una cosa clara: Europa no podrá acoger indefinidamente a los millones de personas que huyen de la guerra y diversos tipos de violencia o que simplemente buscan en otros horizontes una vida mejor.

No puede hacerlo sin poner en grave peligro sus propias conquistas sociales, su estado de bienestar, fruto de tantas luchas y fuertemente atacado ya por el afán privatizador del neoliberalismo, y sobre todo sin someter a sus sociedades a fuertes tensiones, que aprovecharán, como están haciendo ya, los aficionados a pescar en río revuelto.

No hace falta preguntarse quiénes serán los principales paganos de la llegada a Europa de tantos cientos de miles de solicitantes de asilo: la clase trabajadora, temerosa de que disminuyan sus salarios por la competencia de esa mano de obra inmigrante, a la que sin duda muchos tratarán de explotar.

La amenaza de que ocurra eso y otras cosas, como la continua presión sobre los sistemas de seguridad social, cada vez más esquilmados por culpa de un sistema que privilegia el trato de favor a las grandes empresas y de los superricos, así como por la evasión fiscal, está ya abultando las filas de quienes desconfían cada vez más de la política o se refugian en las formaciones o movimientos de extrema derecha.

Pero, a menos que rodeemos todo el continente de barreras, como ésas que ha levantado el Gobierno húngaro en la frontera con Serbia o los de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, y que estemos dispuestos a emplear la fuerza, no podremos los europeos detener a los desesperados que de un modo u otro intentan ganar nuestro territorio: imposible poner puertas al campo.

De ahí que Alemania, destino de la inmensa mayoría de los refugiados después de su canciller, Angela Merkel, en una declaración que muchos de sus compatriotas desean ahora que no hubiera hecho, se dijera dispuesta a acoger a todos los inmigrantes que fuera necesario, haya dado mientras tanto marcha atrás y se plantee ayudar a combatir in situ las causas de esas migraciones y a despachar incluso a sus uniformados a algunos países en conflicto.

Ya que no es deseable ni, por supuesto, posible sellar todas las fronteras exteriores de la Unión Europea, la idea que parece abrirse paso poco a poco en Berlín es intentar resolver las situaciones que dan lugar a tales fugas masivas, que representan al mismo tiempo una intolerable sangría para los países de origen, de la cual difícilmente podrán recuperarse.

Como dijo hace unos días la ministra alemana de Defensa, la cristianodemócrata Ursula von der Leyen, "es necesario restablecer el poder del Estado y la estabilidad en países como Siria, Irak, Afganistán y Libia", países desestabilizados por las acciones irresponsables de Washington y sus principales aliados como parte de una guerra global contra el terrorismo mal concebida y todavía peor ejecutada.

Países todos ellos totalmente destruidos, convertidos en otros tantos Estados fallidos y donde se han desatado mientras tanto toda suerte de luchas sectarias y fratricidas, que convierten en hercúlea cualquier tarea de reconstrucción estatal y no ya sólo material.

Según informaciones de la propia prensa germana, el Gobierno de Berlín parece despedirse de la llamada "doctrina Merkel", que consistía en la venta de armas y el envío de misiones exclusivamente de formación a los países considerados como estratégicamente más importantes para que luego ellos mismos se encargasen del resto.

Venciendo la resistencia, justificada por su propia historia, a despachar tropas a otros países, Alemania parece considerar ahora la posibilidad de enviar aviones de reconocimiento a la frontera entre Siria y Turquía, igual que los que operan ya en el Báltico, para ayudar así a combatir al Estado Islámico, una de las principales fuentes de inestabilidad en todo el Oriente Próximo.

Al mismo tiempo, en lugar de retirarse totalmente a Kabul, las tropas germanas destacadas en Afganistán podrían seguir formando a las fuerzas de seguridad de ese país asiático en el norte para intentar de ese modo frenar el avance de los talibanes.

En círculos gubernamentales se esté pensando ya, por otro lado, en crear lo que llaman "zonas de protección" en el mismo Afganistán a las que enviar en condiciones de seguridad a quienes huyeron del país y buscaron refugio en Europa, algo que la canciller Angela Merkel ha tratado con el presidente afgano, Ashraf Ghani.

Mientras tanto, la Unión Europea en su conjunto se propone aumentar la cooperación económica con aquellos países africanos que se muestren dispuestos no sólo a impedir que cada vez más ciudadanos salgan de sus fronteras, sino también a acoger de nuevo a quienes emigraron.

La idea es ofrecer nuevas posibilidades de empleo a jóvenes africanos mediante el apoyo a pequeñas y medianas empresas y fomentar a la vez el establecimiento de "canales de emigración y movilidad" para impedir que, en su intento desesperado de alcanzar las costas europeas, sigan muriendo decenas de miles de personas.

Y se pretende animar por otro lado con un programa bautizado "Circulación de cerebros" a los inmigrantes formados ya en Europa a regresar a sus países de origen para contribuir a su reconstrucción.

El escepticismo está en cualquier caso justificado. Hará falta mucho más para evitar que continúe esa sangría: en primer lugar, por lo que respecta al continente africano, detener la explotación por unos pocos, compañías extranjeras y políticos venales propios, de los recursos de esos países. Y acabar con el indecente negocio de la venta de armas. ¿Alguien va a creérselo?

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