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Antonio Papell

Soberanismo personalista

Artur Mas, un personaje que llegó a la cúpula de Convergencia Democràtica de Catalunya de la mano de la familia del patriarca -era amigo de los hijos de Jordi Pujol, los visitaba con frecuencia en el domicilio familiar y disfrutaba del beneplácito decisivo de Marta Ferrusola-, se ha convertido al aparecer en el insustituible elemento mesiánico de la pulsión independentista de Cataluña, que tiene más elementos mágicos que racionales y que, como suele suceder, se basa en un romanticismo cultural -Herder, a finales del XVIII inventa el concepto de "espíritu del pueblo"- según el cual son los pueblos -esa abstracción inasible- y no los cuidadanos quienes han de asumir la soberanía y decidir su futuro. Estamos como es evidente ante un estadio predemocrático del desarrollo político, que ignora el pluralismo de Montesquieu basado en la autodeterminación libérrima de las personas, actores esenciales de los procesos de representación.

Sucede sin embargo que las corrientes épicas del nacionalismo introspectivo se basan en liderazgos personales. La simiente de Herder fue recogida por Fichte, quien, en sus ´Discursos a la nación alemana´, exalta al pueblo alemán proponiendo el liderazgo mundial de su cultura y la divinización de la nación. A diferencia de otras naciones, la nación alemana es pura; mantiene íntegramente su lengua y su cultura, elementos de unificación nacional. La lengua alemana es superior a la de los otros pueblos, y quien la habla posee una misión cultural de superioridad. La herencia de Fichte, ya en el siglo XX, es conocida, y cristaliza en los regímenes nacionalsocialistas, ambos formalizados en torno a potentes liderazgos.

Muchos pensamos, con Mitterrand, que "el nacionalismo es la guerra", aunque haya que establecer grados, y cualquier comparación de la España actual con la Alemania de entreguerras es desaforada e inexacta. Pero la exaltación de Artur Mas, quien al parecer es pieza clave del proyecto de secesión, resulta cuando menos inquietante: ¿cómo explicar que si lo que quieren los 72 diputados de ´Junts pel sí´ y la CUP es la independencia, haya de fracasar el ´proceso´ por discrepancias sobre quién ha de presidir el gobierno provisional en este trance?

Lo que sucede -y en esto está la gran diferencia entre los precedentes que puedan sugerirse y el actual ´proceso de desconexión´- es que esta vez el gran ímpetu rupturista no proviene de móviles ideológicos sino de una rabieta que sólo en parte puede atribuirse a razones políticas. En muy difícil de creer, en efecto, que el viraje de la cúpula de CiU -capitaneada en los momentos álgidos por Artur Mas y Oriol Pujol Ferrusola, que tuvo que dejar el escaño por los primeros escándalos de corrupción- no guarde relación con el creciente estruendo provocado por la evidencia de que el ´reinado´ de Pujol fue en realidad un gran negocio familiar y de clase, en que los hijos del patriarca y otros privilegiados del entorno actuaron como comisionistas. Lógicamente, esta construcción argumental, avalada por el fundador de CDC -Jordi Pujol no ha tenido empacho en arrasar la memoria de su propia obra, apoyada en abundante bibliografía, con tal de salvar lo salvable del naufragio- tenía que mantener a su frente a alguien de "la casa", a quien el clan Pujol había designado como albacea testamentario y como administrador de los intereses familiares. Produce asco constatar la evidencia y comprobar cómo la sociedad catalana todavía no se ha librado de la huella semejante fraude. Porque la independencia suena en el oído de algunos como una generosa e indecente amnistía general.

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