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JOrge Dezcallar

El Pacífico marca el rumbo

El centro económico del planeta se está desplazando hacia Asia de forma quizás menos rápida de lo que se decía, pero no por ello menos segura. Mientras en Oriente Medio se erigen muros de seguridad con la excusa de frenar el terrorismo; mientras en Europa se levantan barreras de alambre de espino en un vano intento de detener los flujos de refugiados que escapan de los horrores de la guerra de Siria o de las atrocidades que comete el llamado Estado Islámico; mientras algunos en España „siempre más originales que la media„ que tratan de levantar una nueva frontera en el Ebro, "un muro con los sentimientos" diría el Rey, en el Pacífico se acaba de firmar el mayor acuerdo de libre comercio de la historia. Es el llamado TTP (Trans-Pacific Partnership).

Tras siete años de negociaciones, doce países de la cuenca del Pacífico (Canadá, Estados Unidos, México, Perú, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Brunei, Malasia, Singapur, Japón y Vietnam) que representan el 37% del PIB y el 23% del comercio mundial se han puesto de acuerdo para eliminar el 92% de sus aranceles de forma inmediata (y el 8% restante en un plazo de siete años), así como a quitar otros obstáculos no arancelarios aplicados a los servicios, como trabas regulatorias, licencias y otros trámites burocráticos. En el TTP hay medidas para solucionar disputas comerciales entre estados y empresas de otro país, para proteger los derechos de propiedad intelectual y perseguir la piratería informática (hay mucha en Asia... como en España) y para no interferir o bloquear el tráfico de internet a través de las fronteras, lo que prohíbe la censura de los contenidos y que si se cumple debidamente forzará una apertura política a medio plazo en algunos de los países firmantes, como el Vietnam comunista. E igual ocurrirá con la obligatoriedad de respetar las provisiones sobre los derechos laborales establecidas por la Organización Mundial de Comercio como son las referidas a horarios, prohibición estricta del trabajo infantil, salarios mínimos o libertad de sindicación para los trabajadores. De hecho las medidas de protección de los trabajadores son las más extensas que en cualquier otro tratado de esta naturaleza y obligarán a reformas profundas que habrá que ver cómo aplican algunos regímenes del sureste asiático. El tratado tampoco olvida la protección del medio ambiente en asuntos como la sobre explotación de recursos marinos, la deforestación o el tráfico de especies salvajes protegidas.

Los mayores problemas se han dado en torno a la agricultura, sector automovilístico, la protección de datos (algo muy sensible en Australia) y en medicina. En este último supuesto, la discusión se centró en la protección de costosas patentes medicinales, logradas en muchos casos después de años de investigación, frente a la proliferación de medicamentos genéricos. Estados Unidos deseaba una protección de doce años y eso le llevó a una dura pelea con Australia y Perú, que la querían ver reducida a cinco. Al final, en una decisión salomónica, se acordó que el período mínimo de protección sería de cinco años sin fijar un máximo. Todos contentos.

En conjunto se estima que este Tratado puede aumentar la economía mundial en 225.000 millones de dólares en los próximos diez años y eso que China ha sido intencionadamente excluida, como parte del cerco al que los EE UU la quieren someter, y otros países como Corea del Sur aún no se han incorporado. Pero para que el TTP entre en vigor debe ser ratificado antes por todos los firmantes y ya se prevé una dura lucha en los EE UU, alimentada por el hecho de ser 2016 año electoral y oponerse los republicanos a dar un nuevo éxito a Obama, que ya ha calificado al TTP cómo el más importante acuerdo comercial en una generación, añadiendo que demuestra que son los EE UU y no China quienes escriben las reglas que regirán el comercio en los próximos años... Pero también se oponen muchos demócratas siempre sensibles a las demandas sindicales frente a todo cuanto afecte al empleo, que puede sufrir con la deslocalización de empresas y con la competencia asiática que este acuerdo potenciará. Es interesante notar que la principal candidata del partido Demócrata, Hillary Clinton, ha marcado distancias con Obama en este asunto.

Aunque el TTP puede ser visto como consecuencia del giro hacia Asia de la política norteamericana, un giro que podría ser más rápido y pronunciado si la atención de Washington no se viera retenida por el comportamiento ruso en Ucrania o la intratable guerra de Siria, lo cierto es que también los EE UU y Europa están negociando un Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) cuyo objetivo es liberalizar el comercio y los servicios en la cuenca atlántica, eliminando barreras arancelarias y regulatorias para potenciar unos intercambios actuales estimados en 5,5 billones (con b) de dólares. Pero los obstáculos son todavía muchos en agricultura, excepción cultural, protección de datos o energía, por citar sólo algunos. También ha dificultado las discusiones el malestar que produjeron en Europa las revelaciones de Snowden demostrando que la NSA espiaba las comunicaciones de los negociadores europeos para conocer sus objetivos y obtener así ventajas en la discusión, algo que no se debe hacer con amigos y aliados. Pero no hay que desanimarse porque solo llevamos dos años negociando, el NAFTA (EE UU, México y Canadá) tardó seis y el del Pacífico, siete. Estamos, como quien dice, aún muy al principio y todavía nos faltan años de discusiones. Pero la tendencia es clara: el mundo se dirige hacia una mayor integración.

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