La explicación de Emilio de Gorgot en Jot Down Smart (nº 02, noviembre 2015) sobre la función de los monolitos en la trama de 2001: una odisea del espacio -el mejor Kukbrick- abre un interrogante inquietante sobre el papel del monumento al crucero Baleares de Sa Feixina.

La anunciada demolición, en cumplimiento de una muy demorada e incumplida Ley de la Memoria Histórica, ha alterado a los instalados neutrales que han salido en tromba a defender al mal llamado monolito, con una ferocidad digna de mejor causa.

No entendía como reconocidos adláteres de la mediocridad podían coincidir en atribuir al monumento valores arquitectónicos y culturales, -se ha llegado a decir que es una muestra bauhaus-modernista (sic)- casi como si estuviese firmado por, poniéndolo en contexto, Giuseppe Terragni.

El segundo monolito de la película 2001, llamado centinela, no tiene otra función que avisar del desarrollo de la colonización de la Luna. Cuando los rayos del sol, en una determinada declinación, pasan por el vértice del monolito desenterrado se establece una alerta temprana que evidencia el nivel de los humanos en la conquista del espacio.

El monumento de Sa Feixina podría ser también, y de ahí su lenguaje de faro, un monolito centinela cuya desaparición pondría en peligro el común denominador de sus dispares defensores.

La alineación del sol en los rosetones enfrentados de la Catedral de Palma los días de San Martín y de la Candelaria forma un rayo rectilíneo que en su prolongación pasa precisamente por lo alto del faro monumento al crucero de los nacionales.

Es imposible que quienes lo construyeron, cara al sol, no conociesen ese efecto así como es imposible conocer que temor ancestral anida en quienes lo defienden.

Alguna pista ya formuló no hace muchos años el arquitecto Santiago Calatrava, cuando anunció que su proyecto de la ópera se situaba en un punto de conjunción cósmica entre el Castillo de Bellver, la Catedral y La Lonja. Algo más que esta afirmación debieron saber sus clientes, el Govern del PP, cuando pagaron una millonada por una vulgar maqueta y autorizaron, y ahí sigue, una esperpéntica escultura en el Baluard de San Pere, cuyos valores artísticos están por descubrir, extendiéndose un halo de misterio sobre el contenido de sus cubos negros, sin duda relacionado con la pervivencia del vecino monolito y su función.

Tal vez la búsqueda del denominador común pueda ayudar a resolver la ecuación planteada, aunque a la vista del bizarro falangista que, banderas en mano, defiende el uno de noviembre al monumento, la respuesta sea más simple que el enunciado:

Es, como la Rosa de Oro que Pío IX regaló a la reaccionaria Isabel II, símbolo del celestial auxilio para quienes aún en el fondo de su memoria cognitiva suenan los marciales compases de la victoria.

* Arquitecto