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Joaquín Rábago

Maniobras de distracción catalanas

En los cuatro años que lleva el frente del Gobierno, el líder del PPE no se había hecho tantas fotografías con los dirigentes de otros partidos, presidentes autonómicos y dirigentes sindicales como en estos días. Incluso ha osado enfrentarse a un par de entrevistadoras y contestado a preguntas, aunque siempre a su manera.

De esa forma está consiguiendo don Mariano Rajoy salir todos los días en las páginas de los periódicos y de modo casi continuo en los diversos noticieros de radio y televisión, por lo que no sería de extrañar que continuase esta campaña monotemática hasta las elecciones.

Le han ofrecido a nuestro presidente del Gobierno con el irresponsable desafío soberanista catalán un pretexto excelente para que no sólo los tertulianos sino también la gente en el bar o en la calle hable sólo de eso, y no de otras cosas sobre las que tendría que dar bastantes explicaciones.

Otro tanto hay que decir del presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, a quien interesa también envolverse en la bandera, en su caso la catalana, para evitar hablar de lo que debería preocupar antes de nada a sus conciudadanos, demasiado distraídos por los cantos de sirena de un independentismo que parece cada vez más un pollo sin cabeza.

Son Rajoy y Mas como dos boxeadores borrachos en el ring, que necesitan apoyarse cada uno en el hombro del otro para no desplomarse sobre la lona.

La ciudadanía asiste, entre atónita y cabreada, según los casos, a un espectáculo poco edificante en el que dos dirigentes que parecen ya amortizados intentan sobrevivir políticamente, cada uno a su manera.

No puede equipararse, es cierto, la alocada carrera hacia la independencia de un Mas que ha jugado a aprendiz de brujo, desatando fuerzas que pueden llevársele ahora por delante, con la respuesta desesperadamente legalista de un Rajoy que parece olvidar muchas veces que es un político y no un registrador de la propiedad.

Pero uno sospecha que al líder del PP le ha venido bien el desafío catalán para erigirse en salvador de las esencias patrias en el resto de España, donde está sin duda el mayor caladero de votos de su partido.

El problema es que hay espíritus que, una vez liberados, puede resultar difícil volverlos a meter en la botella, y esto es especialmente verdad de ciertos nacionalismos.

Y mientras el personal se entretiene en discutir sobre las próximas maniobras de los taimados independentistas para burlar la legislación española o en hacer cábalas sobre las respuestas que pueda estar preparando el Gobierno, se obvian otros temas que deberían centrar la campaña para los comicios del próximo diciembre.

Asuntos tan graves como la corrupción que corroe a unos y otros, los recortes en los servicios sociales, el caos en el sistema educativo, la precariedad laboral, la persistencia de un desempleo vergonzoso, el fenómeno de los "trabajadores pobres", el aumento de la desigualdad, las puertas giratorias entre la política y el sector privado o las desorbitadas ganancias de bancos y empresas.

¿Quién va a hablar de todo eso cuando lo único que parece que deba importarnos es la inminente proclamación de la República catalana?

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