Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

Engranajes subterráneos

Cuando recuerdo el conjunto de momentos pasados con Jorge Dezcallar, embajador de España en los lugares más complejos y relevantes de nuestra política en los últimos cuarenta años, siempre me viene a la memoria una cena en su casa cercana a Valldemossa con amistades de ambos. No había sucedido nada inmediatamente alarmante ni personal ni de carácter oficial para Jorge, y tampoco para mí, pero percibí, de manera mucho más intensa de la normal, la permanente movilidad de sus ojos para tener del todo controlada la situación, al tiempo que formaba parte de la conversación del conjunto. Nada escapaba a su mirada que se paseaba con perfecta espontaneidad por el comedor, la puerta que daba a la piscina, la que llevaba a la cocina, en unos gestos nunca preocupados pero si vigilantes. Quería habérselo sugerido, pero hasta el momento de redactar estas líneas no he tenido ocasión de comentarle tal característica que he percibido en los demás instantes en que hemos comido o charlado sin más. En Valldemossa y en Madrid. Desconozco si otras personas también han caído en la cuenta y siguiendo el exagerado subtítulo de su libro, a un diplomático relacionado con espías. Supongo que el mismo Jorge sí que es consciente de este permanente estado de alerta del que hace gala y uso en su vida, azarosa donde las haya, sobre todo hace años.

He comenzado así porque estas líneas no pretenden ser directamente un elogio de "Valió la pena: Una vida entre diplomáticos y espías", una especie de memorias sueltas, casi un dietario con el estilo de su admirado Salgari y la sabiduría de Guillermo Nadal, su tío y también diplomático. Por el contrario, estas líneas, a libro leído, quieren ser una puesta en común de la tarea diplomática y de las fuerzas de información, no solo españolas sino en general. Una puesta en común de las consecuencias que yo mismo, y supongo que tantos otros/as, sacamos del volumen en cuestión, que transcurre entre anécdotas mil y desvelaciones un tanto sorpresivas de la vida más subterránea de la tarea diplomática y sus engranajes correspondientes, absolutamente desconocidos en general. ¿A dónde me ha llevado el texto de Dezcallar, siempre atento y observador sensible desde sus pupilas escrutadoras del entorno?

En primerísimo lugar a esta sencilla y rotunda conclusión, que no deja de producir escalofríos: los ciudadanos normales desconocemos la mayoría de medidas diplomáticas y de información que solamente, y en contadas ocasiones, alcanzarán a la opinión pública, perdida ya su significatividad inmediata. Seguro que se hace necesario este secretismo profesional, pero no deja de suscitar un complejo interrogante sobre el misterioso camino de la democracia, una vez depositado el voto en la urna correspondiente. Me pregunto sin descanso, qué pintamos en todos esos ires y venires de una persona como Dezcallar la mayoría de los españoles, los auténticos dueños del estado. El libro sale al encuentro de este malestar interior € pero mucho más tarde de que ocurrieran los acontecimientos que se cuentan y que tanto ilustran determinados momentos de muestra reciente historia. Cada anécdota encierra un guiño político, el método utilizado por Dezcallar para "desvelar contando". Dicho en otras palabras, Jorge convierte en texto las miradas escrutadoras lanzadas en Mauritania, en Roma, en Madrid y en tantos otros lugares. Mira y retiene. Después, cuenta de forma distendida y deja caer el mensaje. Toda una lección informativa y diplomática.

En segundo lugar, deduzco del volumen que ser un buen diplomático implica una resistencia a la tensión de amplio alcance. No solo ante situaciones materiales como las que comenta en la primera parte del libro, y que no dejan de ser un tanto anecdóticas. Sobre todo, desde que entra en las materias más relevantes, endurecidas mediáticamente y que rozan, imagino, el secreto profesional, especialmente cuando dedica amplio espacio a los sucesos del 11M, auténtica prueba de fuego para su ética informativa en un momento cuando se jugaban nada más y nada menos que unas elecciones generales, además del drama personal y ciudadano español. Se trata de una cuestión debatida hasta el cansancio y que todavía hoy suscita discusiones sin cuento porque las versiones permanecen encalladas en función de datos y de ideologías. No perder los nervios cuando la muerte asesina golpea, en Madrid o en el corazón de África, es una característica absolutamente necesaria para un diplomático y jefe de los servicios de información. No dejarse ganar por el desconcierto, aunque lo provoque un jefe de gabinete en viaje a USA. Mirar y retener, para después recordar con precisión. Una precisión de orfebre.

Y vaya en tercer lugar, como consecuencia de la lectura del volumen, esta constatación: menuda "mochila existencial" acumula Jorge Dezcallar tras años y años de experiencia diplomática y unos pocos de dirigir el CIS español. Solamente los nombres, situaciones, países, coloquios, escuchas, susurros, cenas ilustradas, confesiones bajo mano, misterios personales desvelados, y cuanto pueda ocurrírseles a los lectores/as, forman un engranaje subterráneo de tal valor que uno mismo daría lo que fuera por conocerlo en toda su extensión y todavía más haberlo vivido. Si vivir es experimentar para pensar y más tarde actuar, hay que deducir de lo escrito por Dezcallar que "valió la pena". Con leves excepciones, pero valió la pena. Y queda por delante un libro de "retratos imprudentes" de personas relevantes que el mismo conociera. No solamente plumazos rápidos. Sería jugarse el tipo, pero, pienso, el tipo ya se lo ha jugado€

Hace meses que no charlamos despacio. Como en tantas cosas, vivir en Mallorca distancia más que hacerlo en Madrid, desconozco por qué. Tendremos que hacer un leve esfuerzo. Porque, para mí al menos, coloquiar con un hombre como Jorge Dezcallar conlleva el regusto delicioso de alcanzar los engranajes subterráneos de aquello que tantas veces intento abordar, desde la superficie, en mis propios artículos. Seguro que pronto organizaremos algo€ y descubriré nuevamente su mirada escrutadora que nunca deja de ver y de mirar.

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