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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Ángeles custodios o del infierno

Si tras el desafío catalán al Estado español Mariano Rajoy está rumiando mandar las tropas a Barcelona, hará bien en pararse a examinar si dichas tropas pasan la prueba del algodón. No vaya a ser que envíe a cierto tipo de garantes de la ley, esos que a cambio de una mordida hacen la vista gorda a un decibelio, a un delito sexual o a un trasiego de sustancias. Es una reflexión de talante pesimista porque sale directamente de Palma, una ciudad cuyo cuerpo local de policía recibe a diario noticias escandalosas sobre el comportamiento de algunos de sus miembros. Antes de que se me responda con la metáfora de la manzana podrida en el gran cesto de manzanas sanas cabe reseñar que las proporciones de las investigaciones por corrupción alcanzan ya niveles de epidemia en el invernadero, con cuarenta implicados desfilando por calabozos y juzgados, y delitos presuntos muy graves, al parecer sostenidos en el tiempo y tapados durante años por mandos y munícipes. No pongo en duda que la mayoría de los guardias se comportan de forma ejemplar en su trabajo, pero las actuaciones de la justicia dibujan un panorama en el que es fácil imaginar a un poli bueno en esta urbe mirando a su alrededor y pensando: "soy idiota ni no lo hago yo también".

El auto con el que el juez Manuel Penalva ha razonado los motivos para enviar a la cárcel a los últimos guardias arrestados relata hasta quince posibles delitos como agresión sexual, amenazas, extorsión, coacciones, pertenencia a organización criminal, uso de información privilegiada, solicitud de favores sexuales, asociación ilícita, falsedad, negociaciones prohibidas, omisión del deber de perseguir delitos y encubrimiento. Las pesquisas impulsadas por la fiscalía anticorrupción apuntan a que algunos policías cobraban sueldos semanales de empresarios de bares a cambio de no hacerles la vida imposible con inspecciones de la Patrulla Verde que copaban. Ya podían los ciudadanos llamar por teléfono para denunciar un foco de ruidos, que buena parte de los encargados de proteger su descanso se dedicaban al "chantaje, la coacción y al uso torticero y arbitrario del poder en beneficio propio", en palabras del juez. Esta trama se entremezcla con otra investigación referida al amaño de oposiciones para situar en puestos de mando a personas determinadas, en la que se halla imputado el exconcejal Guillem Navarro. Que los polis malos actúen durante años a su bola y sin connivencia de los de arriba no solemos verlo en los telefilmes del sábado por la tarde, pero todo puede ser. Mientras el ayuntamiento aprobaba sus ridículos mapas de contaminación acústica y prometía seguridad, los encargados de cumplir la ley efectuaban rondas nocturnas mucho más provechosas para sacarse un sobresueldo. ¿De verdad que los políticos lo ignoraban todo?

El escándalo suma y sigue y el actual consistorio ha prometido mover ficha porque el cuartel de San Fernando lleva meses con dirección interina. No estaría de más que se dieran prisa, puesto que las infaustas novedades se están produciendo en un contexto de falta de presencia de la policía local en el trabajo de calle, el que más llega a los ciudadanos, que viene de lejos. La confianza en el cuerpo no se recuperará solo con enunciados y remodelaciones, sino poniendo además a los guardias a hacer su trabajo bien la vista de la gente. Que los ángeles custodios vuelvan a ganar en número y visibilidad a los ángeles del infierno que declaran ante la justicia y salen en las noticias.

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