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Columnata abierta

El complejo tránsito del brochazo a la filigrana

Decía Teresa Rodríguez, la líder de Podemos en Andalucía, que su formación no era un partido político, sino un estado de ánimo. Sin haber estudiado psiquiatría, ese día intuí que el futuro de los círculos no podía pasar por aquella efervescencia sin límites que auguraban sus dirigentes después de las últimas elecciones europeas. Lo único que perdura en el tiempo es la melancolía. Sin el consumo de estupefacientes, el resto de humores presentan altibajos. Ni la euforia ni el cabreo supino se aguantan para siempre, porque agotan. Ahora se habla del cansancio de Pablo Iglesias para explicar el frenazo en sus expectativas electorales, o para justificar el repaso que le dio Albert Ribera tomando cañas con Jordi Évole. Francamente, yo creo que no es eso, porque el Iglesias un tanto apagado de hoy es infinitamente más creíble que el fresco vendedor de crecepelo nacido en las tertulias de televisión. Una persona que asume la complejidad de los problemas y deja de llamar corruptos, tontos o ciegos a todos lo que no comparten sus ideas, quizá retroceda en las encuestas, pero da un paso hacia delante como líder político capaz de articular un discurso más racional, y por tanto menos emocional. El drama para Podemos, su dolorosa contradicción, es que es precisamente esta aproximación a la sensatez argumental la que parece estar socavando sus apoyos. El problema no estriba en su discurso actual, sino en las expectativas generadas por su planteamiento fundacional.

No es bueno confundir la originalidad con la extravagancia, ni la audacia con la temeridad. Cuando se hacen experimentos raros, normalmente terminan sucediendo cosas raras. La caída tan vertiginosa de Podemos en las encuestas es algo insólito en nuestro país. Sin grandes escándalos de por medio, ni tiempo para sufrir un desgaste tan acusado en los gobiernos municipales y autonómicos, en muy pocos meses han pasado de optar a ganar una elecciones generales a tratar de consolidar el cuarto puesto. ¿Por qué se ha producido este efecto gaseosa? Pablo Iglesias cree que el fracaso de su formación en las pasadas elecciones catalanas se produjo porque el contexto electoral no les era favorable. Para triunfar en las urnas no les interesa un debate izquierda-derecha, ni tampoco el de soberanismo-unionismo. Ellos buscaban crear una dialéctica arriba-abajo, y para ello fueron creando un cocido ideológico en el que caben tantos ingredientes que al final la gente no sabe lo que está comiendo. Esta es la teoría del politólogo universitario empapado de lecturas, pero existen razones menos sesudas que explican su progresiva pérdida de apoyos. Una cosa rara, de estratega innovador, pero que atenta contra el sentido común de quienes confíaban en ti, es no presentarte con tu nombre a varios procesos electorales para proteger tu marca, como si fueras un fabricante de juguetes que sólo quiere hacer caja unos días antes de Navidad, el 20 de Diciembre.

Tras el sorpasso de las europeas, Podemos ha tratado de mantener el empuje de su proyecto basándose en las mismas leyes psíquicas que explicaron su irrupción meteórica. No sólo ha pretendido congelar el estado de ánimo de una parte importante de la población, sino que intentaba que se extendiera aún más ese cabreo y esas ganas de dar una hostia en la mesa y que saltara toda la vajilla por los aires. Pero en dieciocho meses van sucediendo cosas. No me refiero sólo a grandes acontecimientos, como el milagro de los panes y los peces de Monedero, el rescate de Grecia o el caos en los supermercados venezolanos, sino a contingencias menores, que penetran mucho más fácil y rápido en la epidermis del votante. La realidad es tozuda, y se traduce en que la presidenta del Parlament en Balears no puede ir cada día con la misma blusa, ni en hawaianas de goma, ni con los zapatos remendados. Es algo tan evidente que incluso se ha dado cuenta Xelo Huertas, y hasta lo han admitido sus compañeros de partido. La realidad también nos dice que uno no se incorpora a la política desde una tribu de la selva amazónica, sino que lo hace con sus circunstancias personales y familiares a cuestas, incluidos créditos e hipotecas. Dice Alberto Jarabo que Huertas gana en política lo mismo que ganaba como funcionaria, lo cual resulta muy justo. Pero esta interpretación a medida sobre su retribución aleja de la actividad pública a todos los que ganan más que una funcionaria del Ayuntamiento de Marratxi.

Estas argumentaciones tan exquisitas, como también lo es la aplicación en diferido, o no retroactiva, o de quita y pon, de sus códigos éticos sobre nombramientos de familiares para cargos de confianza, es caligrafía demasiado fina para quienes han utilizado la brocha gorda embadurnando a todos los demás. Cuando acostumbras el ojo del pueblo a la pincelada gruesa, después estas filigranas resultan difíciles de entender. Ha sido un año poniendo el listón a tanta altura, que cuando han tenido ellos que agarrar la pértiga para saltar llevan varios intentos nulos. Y claro, esto termina por influir en el estado de ánimo. De ahí el abatimiento, no sólo de algunos de sus líderes, sino también de muchos de sus antiguos votantes.

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