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Juan José Millas

Todo en orden

Según vamos viendo, la espalda de Europa está llena de callejones sin asfaltar, azotados por la lluvia y el frío. No pasaría nada si solo sirvieran para colocar los cubos de la basura, pero están llenos de hombres, mujeres y niños a los que las ONG apenas pueden proporcionar un trozo de plástico para resguardarse del agua. Hablamos de un resguardo más bien de carácter simbólico, pues cuando las cámaras de TV entran en esos callejones vemos que tanto los niños como los adultos tienen los pies empapados. Los pies empapados y a temperaturas cercanas a los cero grados. Según los representantes de las organizaciones humanitarias, pronto habrá muertes. La pregunta es si las autoridades europeas dirigirán el tráfico de los muertos con la misma ineficacia con la que están gestionando el de los vivos.

La hipotermia, como el terror, puede entrar por cualquier parte, a veces por la boca, por los ojos, a veces por las manos o los pies, en ocasiones por varios sitios de forma simultánea. Una vez que se enfría la piel es como si se hubiera enfriado todo el mapa, pues eso somos un territorio y un mapa. Cada zona de nuestro cuerpo, desde que conquistamos la capacidad simbólica, representa una región moral que puede quedar reducida a la mera animalidad cuando las condiciones ambientales devienen extremas. Esos grupos de hombres, mujeres y niños, andrajosos, tocados ya por el frío y la lluvia del invierno, sufren inevitablemente un proceso de animalización que nosotros hemos completado, de otro modo no se entiende la pasividad con la que contemplamos el panorama.

Pronto habrá muertes que los aguerridos reporteros nos mostrarán con pelos y señales. Veremos excelentes grupos escultóricos formados por matrimonios extintos con un niño o dos, también cadáveres, entre los brazos. No nos faltarán ocasiones para enternecernos y disfrutar de la buena conciencia que el enternecimiento proporciona. Todavía nos acordamos del arrebato sentimental por el que fuimos atacados cuando lo del niño ahogado en una playa turca. Nos vamos de poner hasta aquí de buenos sentimientos. Quizá, si hay suerte, coincidan con el turrón. El gozo, entonces, carecerá de límites. El frío pondrá los muertos y nosotros las lágrimas de cocodrilo. Todo en orden.

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